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NO TEMER A LOS FANTASMAS
-RELATOS-
Por el Instituto
de Literatura de la Academia de Ciencias Sociales de China
Los cuentos y
relatos traducidos aquí han sido seleccionados de la primera edición china
publicada por Ediciones de Literatura Popular de Pekín en febrero de 1961. Este
libro incluye, además, el prefacio escrito para la edición china por Je
Chi-fang (1912-1977), director del Instituto de Literatura de la Academia de
Ciencias Sociales de China.
PREFACIO
Los fantasmas no
existen. Toda creencia en su existencia es indicio de atraso ideológico, de
superstición, de cobardía. Esta comprensión ya forma parte del sentido común.
Sin embargo, la
gente no siempre lo comprendió así en otros tiempos. Muchos eran los que,
además de creer en la existencia de los fantasmas, andaban presa de pavor con
relación a éstos, lo cual no tiene nada de asombroso, pues en la medida en que
un hombre permanece incapaz de explicarse científicamente tal o cual fenómeno
de la naturaleza o de la sociedad le es imposible quedarse libre de toda clase
de supersticiones, sin contar con que las reaccionarias clases dominantes se
aprovechan de las imágenes de fantasmas y deidades para embobar e intimidar al
pueblo, con el fin de consolidar su propio dominio.
Ahora bien, lo
que hoy nos causa asombro no es tanto el gran número de los que creían en la
existencia de los fantasmas, como el hecho de que hubiera, a pesar de la
supremacía mayoritaria de los crédulos, una minoría de gente que no creía en
ello. Según Analectas, el propio Confucio se mostró escéptico y mantuvo
reservas respecto a la existencia de fantasmas y deidades. Sün Tsi, en su Diatriba contra el oscurantismo, satirizó
a un hombre “tan necio como temeroso” que daba crédito a los cuentos de
fantasmas y diablos. Juan Tan y Wang Cheng de la dinastía Jan, Yuan Siu de la dinastía Tsin y Fan Chen de la
época de las dinastías del Sur y del Norte, mantuvieron todos puntos de vista
materialistas y sostuvieron, algunos de ellos, que el espíritu de un hombre
desaparece tan pronto como el hombre muere físicamente, o señalaron, otros, que
los fantasmas lisa y llanamente no existen. Estas ideas, que niegan la
existencia de fantasmas y deidades, se han mantenido sin solución de
continuidad, cual fuego siempre vivo, a lo largo de nuestra historia. Son
refulgentes e inextinguibles muestras de la sabiduría de nuestra nación. Se
hacen acreedoras de nuestra admiración la audacia y perspicacia de estos
hombres en los tiempos pasados, libres de supersticiones y creencias en lo
sobrenatural.
A muchos de los
cuentistas y novelistas chinos de los tiempos antiguos les gustaba el tema de
los fantasmas, lo cual, con ser demostrativo de las amarras que los tenían
atados a esas supersticiones, no impidió que entre ellos hubiera algunos que,
aun admitiendo la existencia de los fantasmas, trataron con desacato a estos
entes que tanto pavor infundían al común de la gente; se trataba de escritores
que, no viendo por qué temer a los fantasmas, describieron personajes que
tuvieron la audacia de insultarlos, desalojarlos, golpearlos o hasta
atraparlos. A la gran significación que revisten estos relatos, ilustrativos de
la infinita intrepidez de nuestros antepasados, es a lo que debemos la idea de confeccionar
la recopilación que presentamos al lector.
Al acometer esta
tarea, nos planteamos, más que el propósito de dar a conocer, mediante unos
relatos, las ideas materialistas que ya existieron en China en los tiempos
antiguos, el de presentar al lector unas fábulas y parábolas de contenido
satírico. Estas, como alegorías que son, enseñan que quien tiene miedo a los
fantasmas y deidades, inexistentes en al realidad, se dejará ganar por la
cobardía y atar por toda clase de amarras mentales. En cambio, una vez
eliminadas las supersticiones y rotas las amarras mentales, dejarán de ser
temibles no sólo los fantasmas y las deidades, sino también, a los ojos de un
marxistaleninista, los imperialistas, los reaccionarios y los revisionistas así
como todas las realmente existentes
calamidades naturales y flagelos artificiales, los cuales son todos los
posibles de vencer y superar.
Fue después de la
publicación en el Renmin Ribao del
material recopilado El camarada Mao
Tsetung sobre “El imperialismo y todos los reaccionarios son tigres de papel” cuando
empezamos a recopilar el presente folleto. El camarada Mao Tsetung dijo: “Todos
los reaccionarios son tigres de papel. Parecen temibles, pero en realidad no
son tan poderosos. Vistos en perspectiva, no son los reaccionarios sino el
pueblo quien es realmente poderoso.”[I]
Esto lo dijo en Yenán en 1946, en una entrevista con la periodista
norteamericana Anna Louise Strong. Con posterioridad a ello, logramos derrotar
a Chiang Kai-shek, apoyado por el imperialismo norteamericano, y proclamar la
fundación de la República Popular China. Luego, en el curso de la guerra contra
la agresión norteamericana y de ayuda a Corea, derrotamos, hombro a hombro con
el pueblo coreano, a las tropas de agresión norteamericanas. Así que infinidad
de hechos han venido a corroborar el juicio del camarada Mao Tsetung. No
obstante, la apreciación que se debe hacer de las fuerzas revolucionarias y de
las fuerzas reaccionarias sigue siendo, tanto en China como en el mundo entero,
un problema bastante serio, todavía sin resolver para gran número de personas.
Éstas, ya por perjuicio, ya a causa de las amarras que mantienen total o
parcialmente atado su espíritu, no comprenden que el “poderío” y la “fuerza”
del imperialismo y de los reaccionarios de toda laya, a veces impresionantes,
no son, desde el punto de vista histórico, más que un aspecto temporal o un
factor de alcance limitado, en tanto que su naturaleza antipopular, su carencia
de perspectivas y su carácter putrefacto representan la esencia de la realidad
y constituyen un factor que actúa a largo plazo. Por otro lado, si en
determinados momentos las fuerzas revolucionarias parecen menos poderosas, esto
es igualmente un mero aspecto temporal y un factor de alcance limitado. Su
naturaleza progresista, el apoyo popular de que gozan, así como su inevitable
triunfo, representan de hecho la esencia de la realidad y un factor que actúa a
largo plazo. Es por esto que tenemos todo fundamento para despreciar al
imperialismo y a los reaccionarios de toda laya, pues tenemos la certidumbre y
la convicción de que podremos acabar con ellos. Al igual que los tigres de
papel, los fantasmas de los cuentos son espantosos por su semblante
horripilante, pero muchos de estos cuentos muestran que, en realidad, no tienen
nada de temible. El rasgo común a todos estos cuentos y relatos puede resumirse
así: Todo el que no tenga miedo a los fantasmas, que se atreva a despreciarlos
y a combatirlos, será temido, al contrario, por los fantasmas. Esto de no temer
a los fantasmas recuerda no solamente, bajo forma alegórica, nuestro desprecio,
en el plano estratégico, por el imperialismo y los reaccionarios, sino que se
aplica por igual, en un sentido más amplio, a todo lo que es imponente en
apariencia pero que no tiene nada de temible en los hechos. Si, incapaces de
librarnos de las amarras mentales y dar al traste con los prejuicios,
permanecemos temerosos y recelosos ante fenómenos que de suyo no tienen nada de
temible, esto es simple cobardía, cosa tan ridícula como el temor ante los
fantasmas.
Los fantasmas o
espíritus, descritos en los cuentos y leyendas de los tiempos pasados, no
existen en la realidad, pero en el mundo no faltan fenómenos que se les
parecen. Empezando por fenómenos de mayor importancia, tenemos, por ejemplo, el
imperialismo internacional y sus lacayos en los diversos países, el
revisionismo moderno, los cataclismos naturales, ciertos elementos de la clase
terrateniente y de la burguesía que han usurpado puestos dirigentes en algunas
organizaciones de base y se entregan a tentativas de restauración. Por otro
lado, tenemos, aunque de menor importancia, las dificultades, los fracasos con
que tropezamos en el trabajo cotidiano, lo cual recuerda igualmente algunos de
los fenómenos fantasmagóricos. La diferencia entre los imperialistas, los
reaccionarios, los revisionistas, etc., por un lado, y los fantasmas y los
espíritus, por el otro, es que aquéllos existen realmente mientras que éstos no
son más que imaginarios. Sin embargo, unos y otros tienen un denominador común:
siempre tienden a perpetrar maleficios y son eternos causantes de líos y
perturbaciones. Aparecen tan pronto con cara de extremada ferocidad y
perversidad como con disfraces de belleza seductora, siendo que aquéllos
aventajan en mucho a los fantasmas de los cuentos por su capacidad de seducir,
disimular y chantajear en las formas más variadas y complejas. Pero lo más
importante es que unos y otros infunden terror más por su apariencia que por su
poderío real. El pavor de algunas gentes ante esos fenómenos realmente
existentes es idéntico al pavor ante los fantasmas inexistentes; tiene su
origen en el atraso ideológico, en el hecho de que no se han librado de las
amarras mentales y perjuicios, o sea, en el divorcio entre su conocimiento
subjetivo y la realidad objetiva. Es una seria tarea de combate para cada uno
de los revolucionarios barrer con este atrasado “temor ante los fantasmas”
hasta que de él no quede ni rastro. Además, hay quienes son mitad seres humanos
y mitad fantasmas. Acabarán siendo, o bien seres cabalmente humanos, o bien
fantasmas ciento por ciento. Mientras permanezcan como mitad fantasmas, lo que
tienen de reaccionario los mantendrá siempre semejantes a los espíritus
maléficos, actuando como causantes de interminables líos y perturbaciones. He
aquí por qué es provechoso leer nuestros cuentos antiguos que ridiculizan el
temor a los fantasmas y preconizar a todo el mundo la intrepidez ante éstos.
Huelga decir que
los materialistas dialécticos consecuentes, los auténticos revolucionarios proletarios,
están a cien codos por encima de las personas descritos en estos cuentos como
intrépidos ante los fantasmas. Tienen clara conciencia de que las fuerzas
reaccionarias internas y externas, por más poderosas que parezcan, no podrán
contener el irresistible avance de la rueda de la historia. La ley de la
historia y de la vida real se caracteriza siempre por la victoria de lo justo
frente a lo injusto, de lo verdadero sobre lo falso, del bien sobre el mal, de
lo bello sobre lo feo, de las nacientes fuerzas revolucionarias sobre las
decadentes fuerzas reaccionarias, del pueblo explotado y oprimido sobre sus
explotadores y opresores y de lo avanzado sobre lo conservador. Por lo tanto,
para los materialistas dialécticos consecuentes, para los auténticos revolucionarios
proletarios, no hay nada temible en el mundo. No son temibles ni los
imperialistas, reaccionarios y revisionistas, ni las aspiraciones y tentativas
de revanchismo de clase o de restauración de las clases ya derrocadas, ni las
posibles calamidades naturales de extraordinaria gravedad, ni tampoco las
dificultades o fracasos con que se tropieza en el trabajo cotidiano y la lucha
de todos los días. Considerado el todo y en el plano estratégico, todas estas
cosas pueden y deben ser despreciadas. Quien no se atreve a despreciar al
enemigo y a todo lo que entorpece nuestro avance y se muere de miedo ante el
imperialismo y los reaccionarios o claudica ante las dificultades y reveses es
un cobarde ante los fantasmas del siglo XX.
Muchos de los
cuentos que hemos escogido describen desde un ángulo positivo el coraje de
quienes no temen a los fantasmas. El cuento El
letrado de Changchou, tomado de Memorias
de Yi Chien, describe a un personaje que decía con toda razón: “No existe
nada temible en el mundo, sólo la gente se asusta por su misma culpa.” El
cuento Chiang San-mang, terror de los
fantasmas, sacado de Memorias de la
choza Yue Wei, habla de un personaje que, estimulado por la hazaña de
alguien que habría logrado atrapar a un fantasma, fue todas las noches a rondar
entre las tumbas, como un cazador en busca de animales salvajes, pero
desgraciadamente esta caza poco común resultó siempre infructuosa. El autor del
cuento tiene razón en su comentario: “La convicción utilitaria del cazador de
fantasmas lo hizo tan temerario, tanto que aun si existieran los fantasmas,
estos no podían hacer más que evitarlo con terror.” En el cuento Cómo Chen Peng-nien rechazó a una ahorcada
soplándole encima, tomado de Aquello
que no habló Confucio, se presenta una escena bastante macabra y
horripilante en que el alma de la ahorcada “se puso rígida, redondeó sus
labios, y lanzó sobre Chen un soplo que lo heló hasta los huesos e hizo vacilar
la llama de la lámpara, que se azuló como pronta a apagarse”. Pero lo que sigue
resulta bastante interesante, pues Chen Peng-nien se dijo: “Si un fantasma sabe
soplar, ¿Por qué no puedo hacerlo yo también?” Y al instante, aspiró largamente
y lanzó sobre el fantasma un poderoso soplo que lo transpasó como si fuese puro
humo. En el cuento Chen Tsai-jeng, sacado
de Siete escritos de la jarra de oro, un fantasma confesó con franqueza: “En
realidad son los fantasmas quienes tienen miedo a los vivientes.” Aquí tenemos
una especie de resumen de todos esos cuentos. ¿No debe este criterio
comunicarnos valentía y coraje frente a todas las fuerzas reaccionarias, todas
las calamidades naturales y flagelos artificiales y, en fin, todo cuanto
parezca temible pero no lo sea en los hechos? Si ellos saben soplar, ¿Por qué
no podemos hacerlo nosotros también? ¿Acaso la realidad es que, en lugar de
tener ellos miedo a nosotros, somos nosotros quienes debemos tener miedo a
ellos? ¿Acaso se puede suponer que los “fantasmas” se encariñarán con nosotros
tanto más cuanto más miedo les tengamos a ellos y que entonces se tornarán tan
benévolos que se abstendrán de hacernos daño para que nuestra obra marche
viento en popa y todo resulte como miel sobre hojuelas y como las flores de la
primavera?
Algunos de los
cuentos aquí recogidos, a parte de ponderar como los demás, el espíritu de
intrepidez ante los fantasmas, están escritos en forma bastante jocosa. Entre
esos cuentos figura Yuan Te-yu, sacado de Cuentos de este mundo y del más allá.
Un día, cuando se dirigía al excusado, Yuan Te-yu se topó con un fantasma
gigantesco. Pero sin turbarse de modo alguno y conservando toda su sangre fría
le dijo al fantasma: “La gente suele decir que los fantasmas son feos. ¡Y
tienen toda la razón!” El fantasma, avergonzado, se eclipsó. Este cuento se
distingue por su brevedad y sugestividad. En el cuento Lo que me contó Tsao
Chu-sü, sacado de Memorias de la choza Yue Wei, un fantasma se desmelenó y sacó
la lengua como una ahorcada, para asustar a un hombre que no temía a los
aparecidos. Pero éste sonrió y comentó: “¡Greñuda! De todos modos siguen siendo
cabellos. Y un poco larga, es verdad, tu lengua, pero siempre lengua. ¿Qué hay
de temible en todo esto?” Luego, el ser fantástico se arrancó su cabeza y la
puso sobre la mesa. El hombre se desternilló de risa: “Si ni con la cabeza en
su lugar has conseguido meterme miedo, sin cabeza lo lograrás menos.” El
fantasma, viendo infructuosos todos sus recursos, se evaporó. En el cuento Keng
Chü-ping, tomado de Historias fantásticas recogidas en el Pabellón de los
charlatanes, se describe un método aún más eficaz para hacer frente a un
fantasma:
Keng
se instaló solo en la planta baja del pabellón. Esa misma noche, mientras leía
bajo la luz de un candil, surgió de repente una figura negra y desmelenada. La
aparición le clavó sus ojos, que brillaban como carbones ardientes. Keng
sonrió, se embadurnó en rostro con tinta y miró al fantasma, clavándole la
vista, remedando su gesto con intención burlona. La aparición pareció
avergonzarse y se esfumó.
Es cierto que las
fuerzas reaccionarias en el plano nacional e internacional son aún más
desvergonzadas que los fantasmas. Pero no es menos cierto que en ocasiones
debemos adoptar el método de Keng Chü-ping, que consiste en pagarles con la
misma moneda, no para despertar en ellas, claro está, el sentido de la vergüenza,
sino para reducirlas a la impotencia y obligarlas a retroceder ante un muro de
bronce.
La tesis de que
“todos los reaccionarios son tigres de papel”, formulada por el camarada Mao
Tsetung durante la Tercera Guerra Civil Revolucionaria, desempeñó un papel
sumamente importante en la Guerra Popular de Liberación al dotar a todo el
pueblo de un arma ideológica e infundirle una inquebrantable confianza en la
victoria. Esta idea del camarada Mao Tsetung de despreciar estratégicamente al
enemigo continuará estimulándonos y conduciéndonos a nuevas y nuevas victorias
en la lucha contra el imperialismo y por la paz mundial, en al gran lucha por
vencer definitivamente a las remanentes fuerzas reaccionarias internas y
externas y edificar un grande y poderoso país socialista. Por otro lado, esta
idea de despreciar estratégicamente al enemigo va siempre vinculada con la de
tomar al enemigo tácticamente muy en serio. En la lejana fecha de 1936, Mao
Tsetung ya señaló en su obra Problemas estratégicos de la guerra revolucionaria
de China: “Nuestra estrategia es ‘enfrentar uno a diez’, y nuestra táctica es
‘enfrentar diez a uno’: éste es uno de los principios fundamentales en que nos
basamos para derrotar al enemigo[II].”
En el artículo “Sobre algunos problemas importantes de la actual política del
Partido”, escrito en 1948, señaló en forma aún más explícita que, desde el
punto de vista del conjunto y en el plano estratégico debemos despreciar al
enemigo y combatir la sobreestimación de su fuerza pero que, en cada caso particular,
en cada lucha concreta, no debemos en absoluto despreciarlo, sino, por el
contrario, tenerlo seriamente en cuenta. Dijo: “Si desde el punto de vista del
conjunto, sobreestimamos la fuerza del enemigo y, en consecuencia, no nos
atrevemos a derribarlo ni a conquistar la victoria, cometeremos un error de
oportunismo de derecha. Si en cada caso particular, en cada problema concreto,
no actuamos con prudencia, no ponemos cuidado en estudiar y perfeccionar
nuestro arte de la lucha, no concentramos toda nuestra fuerza en la lucha y no
prestamos atención a ganarnos a todos los aliados que deben ser ganados
(campesinos medios, pequeños artesanos y comerciales independientes, burguesía
media, estudiantes, profesores, catedráticos e intelectuales en general, simples
empleados públicos, profesionales y shenshi sensatos), cometeremos un error de
oportunismo de ‘izquierda’.”[III]
Este pensamiento del camarada Mao Tsetung es el resumen de las experiencias,
repetidamente comprobadas, de la prolongada lucha revolucionaria de China. En
estas palabras tan breves como concisas, está cristalizado el análisis de los
problemas sumamente complejos relativos a la estrategia y la táctica de la
revolución, análisis que ha venido a ser un principio fundamental que nos ha de
guiar en nuestra lucha revolucionaria. Se trata de un resumen
marxista-leninista de elevadísimo nivel teórico.
¿Por qué debemos
despreciar al enemigo estratégicamente pero al mismo tiempo tomarlo muy en
serio tácticamente? La razón fue explicada a fondo por el camarada Mao Tsetung
en la reunión de Wuchang del Buró Político del Comité Central celebrada en
diciembre de 1958. señaló que en el mundo no hay cosa alguna que no tenga doble
naturaleza y no sea una unidad de contrarios. El imperialismo y todos los
reaccionarios, dijo, también tienen un doble carácter: son tigres auténticos y
al mismo tiempo tigres de papel. Mirados en su esencia, en perspectiva, son
tigres de papel que debemos despreciar estratégicamente. Pero son a la vez
tigres auténticos, que han devorado, devoran y seguirán devorando millones y
millones de seres humanos, razón por la cual debemos tomarlos seriamente en
consideración[IV]. He
aquí la dialéctica de nuestra teoría revolucionaria, la dialéctica de nuestra
estrategia y nuestra táctica. Se trata de un reflejo verídico de la dialéctica
de la propia realidad objetiva. Somos invencibles justamente porque nuestra
propia teoría, nuestra estrategia y nuestra táctica reflejan verídicamente las
leyes que rigen el desarrollo de la realidad objetiva. Lo mismo que frente a
los enemigos, debemos despreciar estratégicamente y al mismo tiempo tomar muy
en serio tácticamente las dificultades y los reveses con que tropezamos en
nuestro trabajo. Todas estas dificultades y reveses que se presentan en el
trabajo revolucionario no pasan de ser fenómenos pasajeros, obstáculos y
zigzags en el camino de avance. Son susceptibles de vencer y cambiar, pues
todos los objetos y fenómenos tienden a cambiar su lugar por el de sus
contrarios y a transformarse en sus contrarios. Ante los hombres consagrados a
la titánica obra revolucionaria, las dificultades y reveses en el trabajo
revolucionario no son más que unos cominos. En este sentido, tenemos toda la
razón para despreciarlos. Sin embargo, debemos, al mismo tiempo, tomarlos seriamente
en consideración, estudiarlos a conciencia, sacar de este estudio las debidas
experiencias y lecciones, descubrir los métodos eficaces para superarlos y
cambiarlos y aplicar con decisión estos métodos, y sólo así podemos vencerlos y
avanzar con éxito. En este sentido debemos tomarlos seriamente en cuenta.
Todos los cuentos
aquí recogidos ponderan el gran coraje de los que, sin temor a los fantasmas,
se atreven a combatirlos, de modo que el énfasis se pone quizá más bien su
espíritu de intrepidez en lo estratégico. No obstante, entre estos cuentos hay
algunos que tal vez sirvan para ilustrar la necesidad de conjugar el desprecio
estratégico al enemigo y la consideración táctica en que se lo debe tomar. El
primer cuento de esta colección, titulado Sung Ting-po atrapa a un fantasma,
sacado de Cuentos extraños, nos parece muy sugestivo y significativo. ¡Fíjense!
Su protagonista, joven pero valiente como para atrapar fantasmas, se distingue
no sólo por su valentía, sino por su ingenio. Cuando se encontró de noche con
un fantasma en pleno camino, no sólo se mantuvo sin miedo alguno, gozando de
este modo de plena iniciativa moral, sino que supo adoptar métodos apropiados
de acuerdo con las circunstancias concretas, de suerte que tuvo al fantasma
agarrado por las narices desde el comienzo hasta el fin. El fantasma comenzó a
preguntarle quién era. Y él, para desorientarlo, respondió: “Un fantasma como
usted.” Cuando el fantasma le propuso que los dos se cargaran por turno uno al
otro, aceptó. El fantasma anduvo un trecho con él a cuestas y lo encontró muy
pesado, lo que le despertó la sospecha de que él no era realmente un espectro.
Para engañar otra vez al fantasma, mintió: “Soy un espectro reciente. Por eso
aún soy pesado.” Cuando atravesaban un río, el fantasma lo hizo sin el menor
ruido, pero Sung lo hizo con un gran alboroto de agua revuelta. Esto suscitó
nuevas sospechas del fantasma, que le preguntó: “¿Por qué hace tanto ruido?”
Engañó por tercera vez al fantasma respondiendo: “No hace mucho tiempo que he muerto.
Por eso no tengo aún el hábito de caminar sobre el agua. Le ruego perdone mi
torpeza.” No sólo mantuvo siempre embaucado al fantasma sino que se las ingenió
para recabarle el secreto de su vulnerabilidad. Le dijo que como era un nuevo
aparecido, aún no sabía lo que más temen los fantasmas. Entonces el fantasma le
dijo con confianza: “Hay una sola cosa que tememos: que un hombre nos escupa.”
Más tarde, tan pronto como el fantasma tomó la forma de un cordero, Sung lo
escupió para que no pudiera tomar otra forma y escaparse. Así fue como capturó
al fantasma. ¿No es cierto que el cazador de fantasmas de este cuento, además
de su valor para despreciar al fantasma en lo tocante al conjunto de su estado
moral, supo proceder con suma prudencia e ingenio en su lucha concreta contra
él?
Idéntico tema se
desenvuelve en el cuento La magia negra, sacado de Historias fantásticas
recogidas en el Pabellón de los charlatanes. El señor Yu, el protagonista, no
dio crédito a lo que le presagiaba un adivino de la calle en el sentido de que
moriría dentro de tres días. No se dejó chantajear. Pero no aflojó su
vigilancia a su regreso al albergue. Al tercer día, permaneció sentado en su
habitación en espera de lo que podría suceder. El día pasó sin novedad. Por la
noche, cerró la puerta de su habitación, encendió la luz, desenvainó la espada
y continuó la espera. El adivino, que dominaba la magia negra, envió un “hombre
minúsculo” con una lanza para asesinarlo. El señor Yu le propinó un golpe de
espada y lo cortó en dos. Resultó que era una imagen de hombre recortada en
papel. Acto seguido, un nuevo monstruo, de aspecto horrible, apareció, pero Yu
le asentó un fuerte golpe de espada, y resultó que no era más que un ídolo de
barro cocido. Vino luego un gigantesco monstruo cuya cabeza sobrepasaba el
techo de la casa. Con un solo empujón a la ventana, hizo tambalearse la pared,
que amenazó desplomarse. Con el temor de ser aplastado, el señor Yu abrió la
puerta y salió al patio para batirse con el monstruo. El arte marcial que
dominaba le permitió vencer al gigantesco aparecido, que resultó ser una
estatua de madera. De no ser por su intrepidez y, a la vez, su vigilancia
frente a la magia negra y los fantasmas y monstruos, y de no ser por las armas
que tenía listas para el combate y el arte marcial que dominaba, ¿No habría
sido el señor Yu asesinado por los monstruos enviados por el adivino? En tal
caso, ¿Cómo habría podido desenmascarar la magia negra del brujo e infligirle
el castigo que se merecía?
Recogidos en el
presente folleto están también algunos otros cuentos de similar contenido, pero
su trama no es tan complicada como los dos que acabamos de citar, y no los
vamos a enumerar uno por uno. Todos estos cuentos hablan de la siguiente
verdad: en términos generales, los fantasmas no tienen nada de temible; el
hombre puede muy bien vencerlos y reducirlos. Sin embargo, frente a cada
fantasma concreto y en cada caso concreto en que uno tiene que enfrentarse a un
fantasma, es preciso proceder con prudencia e ingenio para lograr la victoria
final. Esta verdad reviste un significado profundísimo. Aunque los fantasmas
son inexistentes, sin embargo, dado que las leyendas y supersticiones de
nuestros antepasados los presentan como entes capaces de acarrear desgracias al
hombre, los autores de esos cuentos, partiendo de la experiencia práctica de
los hombres en su vida real, experiencia de lucha contra todo lo que había de
dañino, confeccionaron su ficción y dilucidaron esta verdad. Desde luego, de no
ser por el resumen altamente teórico formulado por el camarada Mao Tsetung, de
no ser por su pensamiento, que nos sirve de guía, difícilmente podríamos
discernir y extraer tan profundas enseñanzas cuando leemos estos cuentos.
En la lejana
fecha de hace cuarenta y un años, en una época en que en China hacían y
deshacían a su antojo los monstruos y ogros, la revista Comentario del
Siangchiang, editada por el camarada Mao Tsetung, ya supo lanzar, en su primer
numero, el siguiente llamamiento al pueblo chino: “¿Qué temen ustedes? ¡No
teman ni a los cielos, ni a los fantasmas, ni a los muertos, ni a los
mandarines, ni a los caudillos militares, ni a los capitalistas!” ¡Qué valentía
más alentadora! Todos los marxistas, todos los que consideran como su misión el
transformar el mundo, deben pertrecharse con este sublime espíritu y coraje
revolucionario, dar al traste con todos los prejuicios, librar su mente de
todas las amarras y portarse como hombres indomables, como hombres que reúnan
tanto sabiduría como valentía, que conjuguen un infinito ardor y una actitud
analítica científica.
La recopilación
del presente folleto la inició el Instituto de Literatura de
Je Chi-fang
23 de enero de
1961
SUNG TING-PO
ATRAPA A UN FANTASMA
Cuando aún era
joven, Sung Ting-po, natural de Nanyang, provincia de Jonán se encontró de
noche con un fantasma en pleno camino.
- ¿Quién es
usted? - preguntó.
- Un fantasma,
señor.
y a su vez
demandó: - ¿y usted?
- Un fantasma
como usted - mintió Sung.
- ¿A dónde va
usted?
- A Wanshi.
- j Qué
casualidad I Yo - también.
Marcharon juntos
durante varios li[V].
- Andar así lleva
mucho tiempo y resulta muy fatigoso. ¿No será mejor cargamos por turno uno al
otro? - sugirió el fantasma.
- Muy buena idea
- aprobó Sung.
Para comenzar, el
fantasma lo cargó durante un largo trecho.
- Lo encuentro
muy pesado - se asombró el fantasma -. ¿Es usted realmente un espectro?
- Soy un espectro
reciente - respondió Sung -. Por eso aún soy pesado.
A su vez cargó al
fantasma, que no pesaba absolutamente nada.
Y así siguieron
por el camino, cargando uno al otro por turno.
- Como soy un
nuevo aparecido - observó Sung-, aún no sé lo que más debemos temer como
fantasmas.
- Hay una sola
cosa que tememos: que un hombre nos escupa.
Siguiendo el
camino, llegaron a un arroyo. Sung invitó al fantasma a que lo atravesara
primero. Así lo hizo, sin el menor ruido. En cambio, Sung atravesó la corriente
con un gran alboroto de agua revuelta.
- ¿Por qué hace
tanto ruido? - preguntó el fantasma.
- No hace mucho
tiempo que he muerto - respondió
Sung, con la
intención de adormecer la vigilancia del fantasma ---l. Por eso aún no tengo
el hábito de caminar sobre el agua. Le ruego perdone mi torpeza.
Cuando se
aproximaron a la ciudad de Wanshi, Sung echó al fantasma sobre su espalda y lo
mantuvo allí fuertemente agarrado. El fantasma se puso a gritar, suplicándole
que lo dejara en el suelo. Sin inquietarse de esos gritos, Sung apuró el paso
hacia la ciudad. Cuando dejó al fantasma en el suelo, ya había tomado la forma
de un cordero. Después de escupido, para evitar que tomara otra forma, Sung se
apresuró a venderlo. Y se fue, enriquecido en mil quinientas monedas.
En esa época, Shi
Chung[VI]
comentó este hecho con los siguientes términos:
"Sung
Ting-po hizo algo inmejorable: “ganó mil quinientas monedas vendiendo un
fantasma”.
(De Cuentos
extraños, dinastías Wei y Tsin)
YUAN TE-Y U
Un día, cuando se
dirigía al excusado, Yuan Te-yu fue testigo de un hecho singular. A su lado
surgió un fantasma gigantesco, de más de diez pies de altura, de tez negra y
ojos inmensos, vestido de casaca negra y cubierto con un bonete plano. Sin turbarse
de modo alguno, Yuan Te-yu conservó toda su sangre fría.
- La gente suele
decir que los fantasmas son feos- dijo con la mayor indiferencia, dirigiendo una
sonrisa a la aparición -. ¡Y tienen toda la razón!
El fantasma,
avergonzado, se eclipsó.
(De Cuentos de
este mundo y del más allá, por Liu Yi-ching, dinastías del Sur y del Norte)
TSUI MIN-KE
Tsui Min-ke,
natural del distrito de Poling, se conducía .como un hombre honesto y
responsable que nada tiene que temer de espíritus y divinidades. A la edad de
diez años falleció repentinamente, pero resucitó dieciocho años después. Según
alegó, su convocatoria al imperio de la muerte sólo se debió a un lamentable
error. Después de un año de reclamos y súplicas, decidieron enmendar la falta.
- Efectivamente
tienes el derecho de volver al mundo de los vivos - le dijo el rey de los
muertos -. Pero por desgracia tu cuerpo ya está descompuesto. ¿Qué hacer?
Tsui suplicó al
rey que lo resucitara.
- Si aceptas
retornar a la vida por medio de la metempsicosis - le propuso el rey -, te
colmaré de riqueza y de honores.
Pero frente al
justificado rechazo de Tsui Min-ke, cuyos motivos eran difíciles de replicar,
el rey se vio abocado a un problema muy delicado. Después de largas consultas,
y apurado por los reiterados reclamos del muerto por equivocación, el rey no
pudo hacer otra cosa que mandar buscar un filtro milagroso en el Reino del
Occidente. Transcurrieron muchos años antes de que ese filtro llegara a sus
manos. Se lo aplicaron al esqueleto de Tsui Minke, que volvió a recubrirse de
carnes, con excepción de los pies, donde los huesos siguieron desnudos.
A continuación de
este suceso, los familiares del difunto lo vieron más de una vez en sueños, lo
que les comunicó su resurrección. Insistió en aparecer en sueños, hasta que
decidieron abrir el ataúd, y en efecto lo encontraron resucitado. Su
convalecencia duró más de un mes.
En el imperio de
los muertos, Tsui tuvo oportunidad de comprobar en su expediente que en vida
debía ser nombrado prefecto diez veces. En consecuencia había solicitado
puestos peligrosos, despreciando y burlándose de las cosas sobrenaturales,
sabiendo que su destino ya estaba fijado.
Nombrado prefecto
en Süchou, se trasladó a la ciudad principal, instalándose en el palacio de la
prefectura, cuya sala de audiencia tenía fama de embrujada. Desde hacía tiempo
había sido abandonada por todos los prefectos. Se decía que aquélla fue habitada
en otros tiempos por Siang Yu. Pero desde su llegada, Tsui dio la orden de
restaurarla, y la convirtió en su sala de audiencias. Un día, una voz potente
sacudió todo el edificio.
- ¡Aquí estoy yo,
el rey paladín del Reino Chu del Oeste! - tronó la voz - ¿Quién es ese Tsui
Min-ke cuya audacia llega a suplantarme en mi palacio?
- ¡Eres todo un
miserable, Siang Yu! - comprobó flemático el prefecto -. Mientras estabas vivo,
no fuiste capaz de contener a Liu Pang, quien conquistó el imperio y se
convirtió en Emperador de la dinastía Jan[VII].
¿Y ahora, muerto, vienes a disputar a Tsui Min-ke esta habitación ruinosa? Por otra
parte, como rey has caído en el río Wu. Te cortaron la cabeza, y la expusieron
en los confines del horizonte. No seré yo quien ahora te tenga miedo, aunque
goces de alguna potencia sobrenatural.
Dijo esto y esa
voz poderosa se apagó. Desde entonces el palacio fue exorcizado.
Transcurrieron
algunos años y Tsui fue nombrado prefecto de Juachou. Los vecinos que vivían
cerca del templo consagrado a los espíritus de la montaña Juashan, sorprendieron
al caer la noche un insólito movimiento en el templo. Algunos curiosos se
pusieron a espiar y vieron que el patio estaba iluminado con antorchas. Varios
centenares de soldados, en formación de parada, recibieron de un señor la orden
de escoltar a la futura esposa del tercer hijo del amo, con la consigna de no levantar
ninguna tempestad que fuese susceptible de irritar al gobernador Tsui.
- Nunca nos
atreveremos a hacerla - respondieron unánimes los soldados. El destacamento
partió y todo volvió a sumirse en el silencio.
(De Selección
de relatos sobrenaturales, por Tai Fu, dinastía Tang)
TOU PU-YI
Tou Pu-yi,
capitán de la guardia imperial en la dinastía Tang, nieto de un funcionario con
título nobiliario concedido durante el reinado Wu Te[VIII]
por sus extraordinarias hazañas, tomó su retiro del ejército y se instaló en el
distrito de Yangchü, situado al norte de Taiyuán.
Combatiente
valeroso, el general había vivido una juventud muy turbulenta
pero caballeresca. Escoltado por una docena de jóvenes se dedicaba a las peleas
de gallos y a las cacerías. Cuando jugaba nunca vaciló en apostar sumas
enormes. De tal modo que nunca existieron peligros ni riesgos que dejara de
afrontar esa juventud llena de audacia y decisión, en la cual sólo era
realmente estimable su generosidad de caballero.
A algunos li al nordeste de la
ciudad de Taiyuán, el camino se encontraba embrujado por un espíritu sobrenatural. Tenía más de veinte pies de altura. Aparecía en plena noche, como
un asaltante de caminos. O bien surgía en los días lluviosos y encapotados.
Muchos caminantes, sorprendidos por esa aparición, murieron de susto.
Un día, los
compañeros del joven Tou propusieron una apuesta: cinco mil sapecas para quien
abatiese a flechazos espíritu maléfico. Al ver que los otros vacilaban, Tou
aceptó el desafío y partió esa misma noche.
- ¿Y si se
esconde en cualquier parte a pasar la noche y después viene a contarnos que ha
vencido al fantasma? - se preguntaron los jóvenes -. Es preciso seguido y saber
lo que hace.
Apenas llegó al
sitio señalado, Tou no tardó en caer sobre el fantasma que hacía su ronda
habitual. Le lanzó una flecha y el fantasma huyó. Perseguido por Tou, y
atravesado al fin por tres flechas, en su precipitación el fantasma cayó en un
abismo.
A su vuelta, Tou
fue ruidosamente festejado por sus entusiastas compañeros.
- Perdónanos - le
dijeron los jóvenes - de haberte seguido por el temor de que contaras una
mentira. Ahora nos damos cuenta de lo que eres capaz.
Inmediatamente le
entregaron la suma de la apuesta, que fue rápidamente gastada en borrachera del
conjunto de amigos.
Al día siguiente
la banda de jóvenes partió en busca de la presa. En el fondo del abismo
encontraron una colosal esfinge de mimbre, perforada efectivamente de tres flechazos.
El camino dejó de ser embrujado y la valentía del joven Tou suscitó la
admiración de toda la región. Cuando tomó su retiro del ejército, ya era
septuagenario. De ningún modo su generosidad y bravura se habían atenuado con
la edad.
(De Anécdotas, por Niu Su, dinastía Tang)
CHEN LUAN-FENG
Durante el
reinado Yuan Je[IX] de
la dinastía Tang, el distrito de Jaikang, en la provincia de Kuangtung, se
honraba en contar con un bravo llamado Chen Luan-feng. Valiente y generoso,
despreciaba todo lo sobrenatural, y por eso los paisanos de esa región lo llamaban
"el segundo Chou Chu". [X]
En el distrito de
Jaikang había un templo consagrado al dios del rayo. Ese culto provocó tal
fanatismo en la población, que las influencias maléficas comenzaron a asolar la
región. Todos los años, apenas estallaba el primer trueno, todo el mundo se apresuraba
a anotar la fecha, que se convertía en sagrada. A los diez días de la fecha, si
se oían nuevos truenos, todos los trabajos debían de ser suspendidos. Cualquier
persona culpable de infracción a esta ley, era carbonizada por un rayo al día
siguiente, a lo sumo dos días después del sacrilegio. El castigo golpeaba con
la prontitud y la seguridad de un eco retumbante Como el distrito sufría en esa
época de una sequía espantosa, y las oraciones y las ofrendas en el templo
resultaban ineficaces, una violenta cólera se posesionó de Chen Luan-feng.
Gritó:
- Nuestra región
tiene por patrono al dios del rayo.
Si el sujeto que
merece tanto fervor se muestra impotente en asegurar la felicidad de sus
fieles, si goza de tantos sacrificios que le dedicamos, y deja con toda
indiferencia arder los sembrados, secarse los estanques y las lagunas y diezmar
el ganado que siempre se le ofrecía en holocausto, ¿para qué sacrificarnos en
beneficio de un dios tan ingrato y cruel?
Tomó una antorcha
e incendió el templo.
Según las
costumbres del país, nunca debía servirse corvina amarilla y puerco en la misma
comida. La infracción a esta regla atraía fatalmente al rayo mortal. Chen
Luan¬feng, armado de un gran cuchillo, instaló una mesa en pleno campo y se
puso a devorar corvina amarilla y cerdo. No tardaron en juntarse nubes
siniestras y tormentosas, desencadenándose una tempestad de increíble
violencia. Los relámpagos reventaron con estruendo sobre Chen Luan-feng, quien
de un poderoso cuchillazo seccionó la pata izquierda del dios del rayo. El dios
se desplomó en el suelo; tenía el aspecto de un oso cornudo, la cabeza azul,
dotado de alas desnudas; estaba armado con un hacha de silex; la sangre corría
a chorros por la herida. Instantáneamente la tempestad se calmó.
Convencido de la
impotencia del rayo, Chen se precipitó hacia su casa para avisar a los suyos
que fuesen a ver al dios mutilado. Sus familiares, despavoridos, lo siguieron,
y no pudieron hacer otra cosa que verificar la verdad de su relato. Chen se
lanzó sobre su presa para cortarle la cabeza y probar su carne, pero fue
detenido por el gentío que le dijo:
-El rayo es una
divinidad del cielo, mientras que tú sólo eres un simple mortal de la tierra:
si consumas tu sacrilegio, toda la región será maldecida para siempre.
Y lo contuvieron
con tanta firmeza, que Chen tuvo que asistir, impotente, al recrudecimiento de
la tormenta, en la que surgió otro relámpago que recogió la pata seccionada y
ayudó al dios mutilado a desaparecer. La lluvia cayó sin interrupción de mediodía
hasta la noche: todos los cultivos, abundantemente regados, recuperaron vida y
después se vieron densos y vigorosos.
Sin embargo, Chen
fue colmado de anatemas y condenaciones por su familia. Enojado, se armó de su
cuchillo y anduvo veinte li para pedir la hospitalidad de uno de sus primos. En
el transcurso de esa misma noche, el rayo incendió esa casa. Pero Chen,
agazapado en el patio, empuñando su gran cuchillo, se mantuvo invulnerable. De
todos modos, el primo tomó debida cuenta de la advertencia divina y 10 echó de
la casa. Entonces fue a buscar refugio en un monasterio, que fue incendiado por
el rayo de la misma manera. Expulsado de todas partes, Chen consiguió algunas
antorchas y se refugió en una gruta defendida por formaciones de estalactitas,
lo bastante sólida como para desafiar cualquier ataque del rayo. Así transcurrieron
tres noches sin incidentes y Chen fue admitido de nuevo en su familia.
Desde entonces se
organizó una colecta en toda sequía, y Chen era invitado a atiborrarse con
corvina amarilla y cerdo, para después, cuchillo en mano, desafiar al rayo
impotente. Esta maquinación nunca dejó de producir una abundante caída de
agua. Pasaron veinte años y para sus compatriotas Chen se convirtió en el
Patrón de la Lluvia.
Durante el
reinado Tai Je[XI], el
gobernador Lin Sü, puesto al corriente de esta aventura, hizo venir a Chen a su
palacio y le pidió que le contara todo.
- La juventud -
dijo Chen - tiene el corazón firme como una roca. Sólo le merecen risa y
desprecio los espíritus maléficos, el trueno y el relámpago. Para aliviar los
sufrimientos del pueblo, no vacilo en afrontar la muerte. El cielo mismo no
hubiese permitido a cualquier rayo diabólico lanzarme sus maleficios.
Chen ofreció su
cuchillo al gobernador y recibió una fuerte recompensa.
(De Cuentos y Leyendas, por Pei Sing,
dinastía Tang)
WEI PANG
Durante el
reinado Ta Li[XII]
vivía un letrado llamado Wei Pang, un atleta de fuerza poco común, que no
conocía el miedo en sus correrías nocturnas. Jinete famoso y prestigioso
tirador de flechas, nunca viajaba sin su arco y su carcaj. No sólo cazaba las
piezas ordinarias,' sino que le apasionaba juntar serpientes, alacranes,
gusanos de tierra, cucarachas, ciempiés y otros horrores del mismo tipo.
Cierto día que
hacía un paseo hasta la capital, lo sorprendió la noche. Los toques de tambores[XIII]
que anunciaban las horas se espaciaban. La casa de su amigo donde se hospedaba
se encontraba lejos. No sabiendo dónde pasar la noche, vio que desocupaban un
suntuoso hotel donde procedían a poner candados en las puertas. Wei Pang pidió
hospitalidad a su dueño, quien le respondió:
- La muerte ha
golpeado a nuestro vecino. Según la costumbre, esta noche será el momento de
que debe aparecer su fantasma. Si llega a entrar en nuestra vivienda, tendremos
una gran desgracia. Por eso toda mi familia va a pasar la noche en casa de un
familiar y volverá mañana. Cumplo mi deber en informarle de tales hechos.
- Le agradeceré
hasta el infinito si me permite pasar esta noébe en vuestra residencia. Ningún
peligro puede hacerme retroceder. Ya sabré cómo arreglarme con el fantasma.
El dueño de casa
lo introdujo en la residencia, mostrándole un espléndido dormitorio, con una
despensa bien surtida, y se retiró. Entonces Wei dio a su sirviente la orden de
llevar el caballo al establo, de encender lumbre en el salón de honor y
preparar la comida. Después de cenar y reposar, Wei mandó a su sirviente que se
acostase en un anexo del palacio, y él mismo abrió de par en par las puertas
del inmenso salón. Se instaló sobre un sofá, en medio de la habitación, apagó
la vela, aseguró su carcaj y esperó.
Después de
medianoche, un haz de luz del ancho de una olla bajó del cielo hasta el salón,
y allí quedó en el umbral de la puerta del norte, chispeante como una bola de
fuego. Wei Pang, alborozado, tendió su arco en la oscuridad e hizo blanco. Se
produjo una explosión y la luz pareció encabritarse. Tres flechas disparadas
con la misma precisión debilitaron la luz, y la inmovilizaron. Wei, arco en
mano, se lanzó para arrancar sus flechas, pero ese extraño objeto cayó y se
apagó completamente. El sirviente, alarmado, llegó con una luz. Descubrieron
una bola de carne llena de ojos que al pestañear dejaban escapar a cada
movimiento una luz fosforescente.
- Quiere decir
que es cierto que el alma maldita vuelve
- exclamó Wei
Pang lanzando una carcajada.
Ordenó a su
sirviente que cocinara esa bola de carne.
De la cocción se
desprendió un aroma apetitoso. Cocida a punto y cortada en tajadas, esa carne
se convirtió en un plato suculento de gusto exquisito. Wei se comió la mitad
con su servidor, y guardó la otra mitad para obsequiar al dueño de casa. Este
volvió a la mañana siguiente. Se mostró muy contento de ver a su huésped sano y
salvo. Wei le contó lo ocurrido en la noche y le ofreció el manjar a su
anfitrión, quien no terminaba de lanzar admiradas exclamaciones de sorpresa.
(De Notas sobre la metamorfosis, por Juang
Fu, dinastía Tang)
EL PALACIO DEL SEÑOR SHI
Liu Yung,
actualmente copero mayor del palacio imperial, quien visitó Luoyang en su
juventud, me ha contado lo siguiente:
Al sur del puente
Tientsín, que atraviesa el río Luoje, se levantaba un vasto edificio, conocido
como el palacio del señor Shi, abandonado hacia treinta años por estar embrujado.
Era una magnífica residencia, rodeada de un maravilloso parque sombreado y
florido, decorado con bosquecillos de bambú, pabellones, estanques, espléndidas
terrazas. En la primavera llegaban los excursionistas para merendar y tocar
música. Realmente se trataba de uno de los lugares más bellos de la ciudad de
Luoyang.
Durante el
reinado Tuan Kung[XIV]
vivía un borracho a quien le decían el tal Chu, temible por su carácter
autoritario y brutal.
Un día, un grupo
de jóvenes amigos lo invitaron a participar en un banquete en el famoso
palacio.
- Es una casa
embrujada, usted lo sabe tan bien como nosotros - le dijeron -. Si consiente en
pasar una noche aquí, será un placer para nosotros ofrecerle beber hasta saciar
su sed legendaria.
- Vuestra
proposición corresponde exactamente a mi deseo - le contestó Chu - Generalmente
lo que más se teme es la muerte. ¿Qué miedo puedo tener a una casa embrujada,
si no temo a la misma muerte?
Esta declaración
suscitó la aprobación general. Procedieron a barrer y limpiar el salón de
honor, instalaron una cama en la terraza, y se fueron. Chu se instaló cómodamente
sobre la cama.
Era el comienzo
del verano: los árboles aún no tenían el ramaje tan recargado ni los bosquecillos
de bambú eran tan densos como para no dejar filtrar el suave céfiro y la
claridad lunar que transformaban al parque en un lugar mágico. Repentinamente
se abrieron una tras otra todas las puertas de los pabellones que flanqueaban
el edificio principal. Por allí aparecieron un conjunto de doncellas, cada una
con un farol, que dejaron sobre la escalinata de la terraza y se retiraron.
Poco después, varias damas suntuosamente vestidas y enjoyadas, vinieron a
sentarse junto a las luces y se pusieron a coser. Las puertas del salón del
fondo se abrieron, dejando pasar una inmensidad de muebles y de preciosa
tapicería. Los mismos mozos de cuerda que los traían, amoblaron el salón vacío
en un abrir y cerrar de ojos. Entonces los portadores de antorchas precedieron
a dos damas magníficamente vestidas. Cada una llevaba un bastón para el juego
de pelota. Anunciaron:
- ¡Su Excelencia
el Gran Canciller!
La presencia de
Chu las sorprendió. Una de ellas gritó: - ¡Alto!
Un señor con
casco y coraza, que terminaba de ocupar un gran sillón, apostrofó duramente al
cortejo.
- Evidentemente
se trata de un ladrón - gruñó - ¡Sáquenlo de aquí y arrójenlo en cualquier
lugar!
E inmediatamente
Chu se vio rodeado, levantado en vilo y arrojado en un bosquecillo de bambú, al
oeste del patio. Cayó pesadamente sobre un tronco, se hirió, y su sangre
comenzó a manar. Saltó del suelo y dominado por la furia se lanzó hacia el
salón.
- ¡Eres tú el
ladrón! - gritó, señalando con el dedo al Gran Canciller -. Mientras vivías,
sólo supiste posesionarte de títulos y regalías por medio de todas las bajezas
y las peores adulaciones. Ya muerto, embrujas las viviendas de los vivos y
atormentas a todo el mundo. Y aún tienes el coraje de tratarme de ladrón. ¡De
cuánto cinismo es capaz un canalla de tu especie!
Mientras le
dirigía estos términos, tomó una almohada[XV]
y la arrojó sobre el fantasma, que asustado se eclipsó junto con la aterrada
muchedumbre de sirvientes.
Poco antes del
amanecer, los jóvenes compañeros de Chu, antorchas en mano, entraron en el
palacio. Encontraron a Chu sano y salvo. Curiosos y asombrados escucharon el
relato de lo ocurrido en el curso de la noche. Chu les contó la exacta relación
de lo sucedido, mostrando como prueba su herida, y todo el mundo debió
convencerse de su audacia.
(De Charlas en las reuniones de amigos, por
Shangkuan Yung, dinastía Sung)
WANG CHI-FU
Si bien
pertenecía a una familia campesina, Wang Chi-fu, nativo del distrito de Laiwu
en el departamento de Yenchou, era un hombre íntegro y austero a quien repugnaba
adular a cualquier fuerza sobrenatural. Cuando sus familiares se enfermaban,
les prodigaba todos los cuidados de la medicina, sin tolerar jamás las
brujerías y los exorcismos. Cuando sus parientes o sus amigos se permitían
aconsejarle alguna concesión, les respondía que era la suerte quien decidía
sobre la vida o la muerte, y que sólo el cielo podía conferir títulos y
riquezas, y que él, hombre de principios, no cambiaría nunca su conducta.
En el primer año
del reinado Cheng Lung[XVI],
a principios de la primavera, estallaron turbulencias demoníacas en su casa.
Aun en pleno día, las apariciones fantásticas comenzaron a sembrar el pánico:
toda la casa, por todas sus aberturas y orificios, era espiada por formas
extrañas; del techo partían lúgubres aullidos; las camas bailaban y las
marmitas cambiaban de lugar sin que nadie las tocase. Seres invisibles cantaban
y reían; las formas más extrañas corrían, deambulaban por toda la casa,
quitando el apetito y el sueño a toda la familia.
A todo esto, Wang
permanecía impasible. Hizo reunir a todos los suyos y les dijo:
- No se dejen
dominar por estos fenómenos sobrenaturales. Nosotros somos seres formados en la
verdadera imagen del ciclo y de la tierra, criaturas emanadas de elementos
positivos. Somos la pura encarnación de la realidad. ¿Qué debemos temer
entonces de esas apariciones que son menos que efímeras? Conserven la calma y
no se dejen atormentar por preocupaciones y temores irracionales.
Este consejo
produjo efecto: la familia comenzó a calmarse. Un día, mientras Wang predicaba
con .placidez en el salón de honor, apareció un espíritu colosal, de más de siete
pies de altura, ceremoniosamente vestido, cubierto con un enorme sombrero, el
talle apretado con un grueso cinturón. Vestía una ancha túnica, de una sola
pieza, y calzaba zapatos escarlatas. El fantasma se detuvo frente al dueño de
casa, que se mantuvo imperturbable. Con las manos cruzadas hizo una reverencia
a Wang y le dijo:
- El venerable
Wang es sin duda un hombre virtuoso de nuestro tiempo. Ya lo conocemos y somos
sus admiradores. Si cometimos la indelicadeza de mostramos bajo esas formas
extrañas, era para asegurarnos que usted no era bravo solamente en apariencia y
cobarde en su fuero interno. Su serenidad inconmovible ha confirmado nuestra
estimación. De ahora en adelante, no lo molestaremos más con nuestras bromas de
mal gusto.
Terminado este
discurso, el fantasma saludó con otra reverencia, mezcla de respeto y temor, y
desapareció.
(De Memorias de Yi Chien, por Jung Mai,
dinastía Sung)
CHIANG CHIEN
Chiang Chien,
nacido en eL distrito de Feng Fu, departamento de Yenchou, vivía en la cabecera
del distrito, a un centenar de li deL lugar donde se dedicaba a sus estudios.
Cada vez que le venía la idea de presentar sus respetos a su padre, se ponía
inmediatamente en camino, sin preocuparle si era muy temprano o muy tarde.
Una vez, en plena
noche, ciñóse el carcaj, cargó el arco sobre el hombro, montó a caballo y tomó
el camino de su casa paternal, precedido de un chiquillo que le servía de escudero.
Al atravesar un
bosque, los dos viajeros llegaron repentinamente a un claro enceguecedoramente
iluminado. Aterrorizado, el paje se detuvo.
- Si son
espíritus malignos, nada debemos temer - dedaró Chiang Chien para animar a su
joven servidor. Después lanzó a su caballo por entre la extraña aparición y
entonces vio a una docena de jugadores en cuclillas, disputando una partida de
dados. Tendió su arco, disparó una flecha, y toda esa banda se dispersó sin
dejar rastro. Sólo se veían esparcidas por el suelo muchas sartas de sapecas.
Chiang supuso que debía tratarse de monedas de fantasmas. De un golpe de látigo
las redujo a ceniza polvorienta, y se llevó consigo una bandeja de dados, de
piedra verde, traslúcida y admirablemente trabajada.
(De Memorias de Yi Chien, por Jung Mai,
dinastía Sung)
EL LETRADO DE
CHANG CHOU
Vivía en
Changchou un letrado que era un paladín temerario. A menudo decía: "No
existe nada temible en el mundo, sólo que la gente se asusta por su misma
culpa". Y se quejaba constantemente de la ausencia de seres fantásticos
que se atreviesen a aparecer ante él para poner a prueba su coraje.
Mientras se
paseaba por una aldea, en compañía de algunos amigos, encontraron en el suelo
un paquete envuelto en una seda de extraordinaria delgadez. Sus compañeros,
suponiendo que se trataba de un encantamiento, no se atrevían siquiera a mirar
ese envoltorio.
- Justamente me
encuentro en dificultad de dinero -dijo alborozado el letrado -. ¡Por supuesto
que no voy a dejar pasar esta oportunidad!
Delante de sus
compañeros absortos, abrió el paquete y aparecieron tres lingotes de plata,
envueltos en varias piezas de seda soberbia, más una casita que tenía la forma
de un sapo.
- Lo que quiero
es la plata y la seda - dijo el letrado para conjurar el encantamiento -. En
cuanto a la brujería: ¡Lárgate a cualquier parte!
Al volver a su
casa con esa inesperada riqueza, se encontró con toda su familia a los lloros,
temiendo la llegada de alguna desgracia.
- Si debe ocurrir
una desgracia - declaró el incrédulo -, seré yo quien sufrirá las
consecuencias. Ninguno de ustedes tiene algo que ver con esto.
En la noche, al
meterse en la cama la encontró ocupada por dos sapos verdes, gordos como bebés
de un año. "Deben ser exquisitos para acompañar mi garrafa de vino, cuyo
gusto será bien relevado por un alimento suculento". Tomó un martillo y
aplastó a los dos sapos. Los miembros de su familia comenzaron a sollozar, pero
él, sin emocionarse, preparó alegremente ese plato fantástico y lo comió
rociado de buen vino. Ligeramente ebrio, se acostó satisfecho y con ganas de
dormir.
Al día siguiente
comió en las mismas condiciones una docena de sapos menos corpulentos, y días
después fue una treintena. El número aumentaba a medida que disminuía el tamaño
de los sapos, y la casa fue infestada de ellos. Como ya no era posible comerlos
todos, hubo que traer hombres para que ayudasen a recoger los sapos y
sepultados en el campo.
Transcurrió un
mes y el letrado, cada día más seguro de sí mismo, vio al fin concluida esta aventura:
un buen día esa aparición cesó como por encanto.
- ¿Quiere decir
que sólo eso es capaz de hacer la brujería? - se burló el vencedor, pero su
esposa le aconsejó buscar algunos erizos, pues estos animales ahuyentan a los
sapos.
- No hacen falta
- le respondió-. A mí me temen más que a los erizos.
Desde entonces su
casa no conoció, otras alteraciones mágicas y 'la conducta del letrado mereció
la aprobación de todos los hombres de bien.
(De Memorias de Yi Chien, por Jung Mai,
dinastía Sung)
UN BAÑO PÚBLICO, REFUGIO DE INDIVIDUOS EMBRUJADOS
El puente de los
Ochos Caracteres, en mi ciudad de Jangchou, era conocido como un lugar maldito.
Los peatones siempre temían caer al agua bajo alguna influencia maléfica.
En la orilla del
este, un baño público servía a la clientela nocturna. En una noche lluviosa, un
transeúnte solitario observó que un ser insólito trataba de refugiarse bajo su
paraguas. "Sin duda se trata de un aparecido que busca perjudicarme",
se dijo. Al llegar al puente, lo empujó bruscamente al agua y echó a correr con
toda gana. Pasó frente al baño iluminado y se refugió allí. Poco después entró
un individuo empapado hasta los huesos.
- Un fantasma que
llevaba un paraguas acaba de tirarme al agua - explicó, aún sofocado -. ¡Poco
faltó para que me quedara en el río!
El incidente
terminó con una confrontación amistosa entre los dos pseudos fantasmas, muy
felices de establecer la verdad.
Otro transeúnte
nocturno caminaba sin lumbre bajo una tupida llovizna. Un ruido de zuecos le
hizo volver la cabeza: se encontró cara a cara con una cabezota descomunal,
montada sobre un cuerpo minúsculo, no más alto que dos o tres pies. El hombre
se detuvo. La cabezota hizo lo mismo. El hombre apuró el paso y la cabezota lo
siguió. Poseído de pánico, el hombre corrió hasta el establecimiento de baño,
entró corriendo en la sala y allí se encontró cara a cara con la cabezota que
lo había seguido, franqueando la puerta que en su precipitación no había
atinado a cerrar. El hombre creyó morir de terror. Después, calmado ya un poco,
tomó una candela y entonces descubrió que se trataba de un niño cubierto con un
gran capuchón para protegerse de la lluvia. Asustado con la misma idea de
encontrar a un fantasma, el niño había seguido de cerca al adulto para asegurarse
su compañía protectora. De tal modo se aclaró esa aparición.
Si esas cuatro
personas se hubiesen separado sin encontrarse después para explicarse la
confusión, todas ellas tendrían la certidumbre de haber tenido encuentros con
seres fantásticos. Hechos reales y vulgares hubiese enriquecido las historias
de fantasmas y aparecidos. Aquellos que actualmente se consideran testigos de
visiones sobrenaturales, ¿seguirán convencidos de ellas después de esta
lectura?
(De Ensayos sobre siete categorías del saber, por
Lang Ying, dinastía Ming)
SU TUNG-PO Y LA NODRIZA
La residencia de Su Tung-po, en Kaifeng, estaba situada en el exterior de
la puerta Chang Je, en la callejuela de Paichia. Un día, repentinamente el
hijito de Tai[XVII]
se puso a gritar:
- ¡Agarren al ladrón! ¡Ese flaco, morocho, vestido de negro!
La gente de la casa, alarmada, se pusieron a buscar al ladrón, pero todo
fue en vano. Pero en ese mismo instante, la nodriza del chico pareció volverse
loca de remate: se puso a vociferar groserías con ademanes dignos de un
alguacil. El dueño de casa corrió a su lado, y al verlo, la mujer embrujada
gritó con voz de varón:
- ¡Yo soy el morocho vestido de negro! No soy un ladrón, sino un
aparecido. Quiero que la vieja me sirva de bruja, para interpretar mi voluntad
delante del público.
- No le doy permiso para salir de casa - dijo el patrón -. Prefiero
dejarla morir.
- Puesto que su patrón no permite que salga la vieja -aceptó la voz fantasmal- no puedo hacer otra
cosa que someterme a su voluntad. En cambio, ¿puedo pedirle algunas cosas?
- ¡No! - respondió el dueño de casa.
- ¿Aunque fuese un poco de vino y algún alimento?
- ¡No! - insistió el patrón.
- ¿Algo de dinero para el pobre muerto?
- ¡No! - dijo el patrón con obstinación.
- ¡Déme al menos un vaso de agua!
El patrón ordenó:
- ¡Sírvanle un vaso de agua!
La nodriza bebió el agua, cayó al suelo y retomó conciencia.
(De Selección de sucesos extraños
producidos en Kaifeng, por Li Lien, dinastía Ming)
MALEFICIOS SIMULADOS
A la edad de catorce años, Wang Jua completaba su instrucción en el
monasterio del Monte de
Al cabo de algunos días se produjeron algunos revuelos demoníacos, que
causaron gran impresión en esa juventud dorada. El suceso, intencionalmente
exagerado por los monjes, metió miedo a aquellos que pretendían pasar 'por
valientes. Escaparon con ansiedad poco gloriosa. Sólo Wang Jua, el futuro gran
dignatario, permaneció dueño de sí mismo. Prolongó su permanencia, sin alterar
en nada sus costumbres cotidianas, y volvió a reinar la calma en el monasterio.
Los monjes, sorprendidos, resolvieron organizar la aparición de fantasmas para
aterrorizar al incrédulo. Todas las noches ululaban en los techos, arrojaban
tejas y piedras en el patio, sacudían la cama del huésped solitario, o
golpeaban insolentemente puertas y ventanas en los tiempos de tormentas.
Durante todas esas maniobras, el adolescente perseguido por los demonios
permanecía imperturbable, leyendo tranquilamente a la luz del candil. Los
monjes, fatigados y absortos; llegaron a admirado. Multiplicaron sus tentativas
de intimidación, pero todo fue en vano.
Transcurrió más de un mes. Los monjes, finalmente vencidos por la
extraordinaria sangre fría del joven, decidieron enfrentado personalmente.
- Mucha gente ha sido víctima de manifestaciones de poderes
sobrenaturales - le dijeron al adolescente-. ¡Usted es el único que no tiene
miedo!
- ¿Miedo de qué? - preguntó el joven Wang.
- ¿Qué le pasa? ¿Acaso no percibió nada después de la partida de sus
compañeros?
- ¿Si percibí? ¿Qué cosa?
- Esos seres ultraterrenales ofendidos y con razón, no perdieron la
oportunidad de aparecer bajo formas horribles para mostrar sus poderes y tener
ellos la última palabra. Nos resulta increíble que usted no los haya visto ni
oído.
- En verdad - concedió Wang con una sonrisa - sólo he visto a algunos
monjes aplicados en crear un alboroto para simular cosas del diablo. Creyéndose
desenmascarados, los monjes se turbaron.
- ¿No serán nuestros antepasados difuntos que han embrujado el monasterio?
- insistieron esos torpes bromistas.
- ¡De ningún modo! - replicó el futuro gran señor, sin dejar de sonreír
-. Es evidente de que se trata de vuestros colegas, que lo hacen a mil maravillas.
- Son suposiciones de su parte - porfiaron los monjes, cada vez más
confundidos -. ¿Acaso usted no vio a los fantasmas con sus propios ojos?
- Lo que no impide que sean ustedes, y nadie más, los autores de tanto
alboroto. Pues en caso contrario, ¿cómo tendrían la seguridad absoluta de esas
visiones que, según ustedes, habría yo tenido que presenciar?
Los monjes se vieron entonces forzados a reconocer la simulación. Le pidieron
perdón con una risita en falsete.
-Nuestra sola intención fue probado - le explicaron -. Pero usted es un
hombre superior. Cierto que tendrá Ud. un brillante porvenir.
(De Anécdotas de Yung Tung, por
EL INCREDULO WANG CHIA
Cuando era niño, estudiaba mis lecciones en el jardín, situado al oeste
de mi casa, con los árboles y los pájaros como única compañía. A esa edad ya
había adquirido el hábito de leer mis libros de cabo a cabo, sin jamás interrumpir
la lectura a mitad de una obra, ni contentarme con extractos. Cuando iniciaba
una obra siempre perseveraba hasta el fin de mi lectura antes de abrir otro
libro. Así pasaba noches enteras, sin sentir jamás la menor fatiga, sin sentir
jamás hambre ni frío, sin sentir tampoco la necesidad de lavarme, peinarme,
etc.
Una noche, mientras me encontraba absorto en componer un ensayo, sentí
entrar por mi ventana los silbidos lúgubres característicos de gemidos de
fantasmas. Confiando en mi inocencia juvenil, que debía protegerme contra todos
los poderes maléficos, tomé resueltamente una lámpara y me dirigí hacia el
lugar de donde partía ese ulular. Llegué a un bosquecillo de bambú, y descubrí
una hoja seca, aprisionada en una tela de araña, silbando bajo el efecto del
viento. Entonces comprendí el origen de esos gemidos que se suponía provocado
por los aparecidos.
Otra noche, ruidos insólitos me advirtieron de la probable presencia de
un ladrón en la habitación vecina. Corrí hacia allí, armado de un palo, y me
encontré cara a cara con una forma larga, como colgada de una pértiga. Como
estaba lanzado a toda carrera, el palo que llevaba le golpeó a un costado,
yesos trapos cayeron sin ruido y sin revelar ninguna presencia humana.
Volví con un candil y entonces descubrí que se trataba de la ropa de cama
que mi viejo sirviente había lavado y colgado ese mismo día. Estos dos
incidentes me permitieron comprobar que muchos de los fenómenos que parecen
fantásticos, al fin de cuentas sólo son causados por nuestra imaginación
hipersensible. Esto para mí fue tan concluyente, que desde entonces todo terror
supersticioso fue definitivamente extirpado de mi espíritu.
(De La autobiografía de Wang Chia, Dinastía
Ching)
LA MAGIA NEGRA
El señor Yu, en su juventud famoso por valiente y caballeresco, solía
danzar como un torbellino, blandiendo en ambas manos dos antiguos y muy pesados
recipientes de bronce. Durante el reinado Chung Cheng[XVIII],
viajaba cierta vez hacia la capital para rendir el examen del concurso imperial,
a realizarse en la sala del trono. Su sirviente, atacado por una epidemia, le
causaba tantas preocupaciones, que tuvo la idea de consultar a un adivino,
famoso por su don de presagiar el futuro de los enfermos.
Apenas se acercó al adivino, Yu quedó alelado por la inesperada pregunta
del brujo, quien no le dio siquiera tiempo de exponer sus motivos:
- ¿Usted vino para consultarme sobre la suerte de su sirviente? - le
preguntó el adivino. E inmediatamente prosiguió con tono amenazante:
- ¡No es él quien está en peligro de muerte, sino usted mismo!
Entonces el cliente pidióle una consulta personal. El brujo sacó un
horóscopo y le dijo con un gesto despavorido:
- Veo los signos positivos de que usted morirá dentro de tres días.
El mago mostró piedad frente al gesto penoso de su prosiguió:
- Felizmente mi ciencia puede ayudarlo. El mal será conjurado si usted
tiene a bien ofrecerme diez reales de plata.
Esta proposición formulada a quemarropa suscitó cierta sospecha en el joven
Yu, quien se dijo: "Es el destino quien decide la vida y la muerte,
hechos, por cierto, que nadie puede conjurar". Se incorporó y se dispuso a
retirarse.
- Peor para usted, si tanto le preocupa un gasto tan módico - ironizó el
brujo-. No vaya a arrepentirse cuando sea demasiado tarde.
Los amigos de Yu, puestos al corriente de la aventura, presintieron
muchas desgracias. Aconsejaron al joven que volviese a casa del mago y le
implorase su ayuda, aunque para logrado debiese ofrecerle toda su fortuna. Pero
Yu permaneció inflexible. Y no tardó en llegar el día fatal: el tercer día del
incidente.
Yu se instaló tranquilamente en el albergue y esperó. La noche cayó
después de un día de calma. Yu cerró la puerta de su habitación, reavivó la
luz, desenvainó su espada y continuó la espera. Al sonar medianoche, y no
viendo ninguna manifestación de la muerte, se disponía a meterse en la cama
cuando un leve ruido en la ventana entreabierta llamó su atención. Se volvió
rápidamente y vio a un hombre minúsculo, enarbolando una lanza, que se
introducía por el intersticio de la ventana. Apenas se encontró dentro de la
habitación, ese ser singular adquirió una estatura humana.
La espada de Yu relampagueó. El intruso saltó en el aire, esquivando por poco
el arma, volvió a achicarse de nuevo, e intentó retirarse por el mismo lugar
que había entrado. Un nuevo golpe de espada, efectuado con extrema rapidez y
gran precisión, lo dejó tendido, muerto. Al examinado bajo la luz, Yu descubrió
que era una imagen recortada en papel, cortada en dos por la rudeza del golpe
de espada que le había propinado.
Sin atreverse a acostarse, Y u permaneció en vela. Transcurrió una hora.
Un nuevo monstruo, de aspecto horrible, se deslizó en la habitación por la
misma abertura. Yu, sin dejar tiempo al asaltante de tocar tierra, le asentó un
fuerte golpe de espada. El monstruo, cortado en dos, continuó pataleando.
Golpes sucesivos, rápidos como relámpagos, lloviera n sobre el monstruo,
provocando un ruido que en nada recordaba a la carne humana. A la vez sorprendido
y con precaución, Y u examinó su presa, y descubrió un trizado ídolo de barro
cocido.
Siempre en estado de alerta, se instaló frente a la ventana entreabierta,
vigilándola con toda atención. Transcurrieron largas horas en una extrema
tensión. De repente, una especie de jadear bovino se dejó escuchar en el patio.
La ventana se sacudió, la pared sacudida, amenazó desplomarse. Con el temor de
ser aplastado, Yu pensó que era conveniente afrontar al enemigo a campo raso.
Tomó impulso, y empujó la puerta cerrada con candado de un golpe tan violento
que la hoja cedió, dejándole paso al patio. Allí se encontró al pie de un
gigantesco monstruo, cuya cabeza sobrepasaba el techo de la casa. La luna
declinaba; bajo su claridad dudosa el coloso presentaba su rostro negro como el
carbón, iluminado de dos ojos donde centelleaba una luz amarillenta. Torso y
pies desnudos, el gigantesco fantasma tenía un arco en la mano y un carcaj en
la cintura. Aprovechándose del estupor de su adversario, tendió su arco. La
flecha silbó, pero fue detenida por un golpe de espada más veloz que la luz. Yu
saltó al ataque pero otra fecha silbó, sin alcanzar al valiente que pudo
esquivarse con un rápido movimiento. La flecha fue a clavarse, vibrante, en la pared.
El monstruo, furioso, desenvainó su enorme sable, y se precipitó como un
torbellino sobre su adversario. Y u se precipitó entonces sobre el asaltante,
evitando el golpe y dejando detrás de él una piedra partida en dos bajo el
violento impacto de la espada del aparecido. Entre las piernas de éste, asentó
un golpe en la canilla, que resonó en forma extraña. Esta Herida no tuvo otra
consecuencia que aumentar el furor del monstruo, quien lanzó un clamor
ensordecedor. Su sable cayó al suelo. En lugar de retroceder, Yu se lanzó de
nuevo al ataque, dejando un pedazo de su casaca cortado por el golpe. Entonces
pelearon cuerpo a cuerpo. Y u hundió su espada en el flanco del demonio,
produciendo siempre un ruido retumbante. El herido se desplomó en tierra,
quedando expuesto a los golpes que le cayeron sin piedad, y no tardó en
expirar.
Yu, después de asegurarse que el monstruo estaba muerto, fue a buscar un
candil y lo examinó de cerca. Era una estatua de madera, del tamaño de un
hombre, con una máscara espantosa. El arco y el carcaj aún estaban prendidos a
su cinturón. Todas sus heridas sangraban.
El vencedor decidió no acostarse y esperó la luz del día. Comprendió que
todos esos asaltantes habían sido enviados por el brujo, con la intención de
matar al cliente que había condenado, a fin de confirmar su profecía.
Al día siguiente Yu avisó a todos sus amigos y juntos se 'dirigieron en
busca del mago. Este, percibiendo de lejos a su cliente sano y salvo,
desapareció como tragado por la tierra.
- Es un simple escamoteo mágico que puede ser conjurado por un chorro de
sangre de perro- declaró uno del grupo.
Yu y sus amigos volvieron teniendo presente esta recomendación. El brujo
se había vuelto invisible, pero reapareció horriblemente embadurnado bajo un
chorro de sangre de perro. Sólo sus ojos brillaban con luz siniestra.
Inmediatamente fue detenido, puesto a disposición de la justicia, y condenado a
muerte.
(De Historias fantásticas recogidas
en el pabellón de los charlatanes, por Pu Sung-ling, dinastía Ching)
KENG CHÜ-PING
Los Keng, una gran familia señorial de Taiyuán, poseía en la ciudad un
vasto palacio que poco a poco se desmoronaba a consecuencia de sucesivas
desgracias caídas sobre esa noble residencia. Inmensos salones, con sus respectivas
dependencias, se encontraban deshabitados. Esta desolación dio nacimiento a
fenómenos fantásticos: las puertas se abrían y cerraban absolutamente solas.
Los habitantes de la casa, misteriosamente dominados por el pánico, en plena
noche se ponían a gritar y se atropellaban para escapar de la casa.
El dueño del palacio, atormentado por tanto infortunio, fue a vivir en su
casa de campo, confiando a un viejo portero el cuidado de esa amplia residencia
que rápidamente se convertía en montones de ruinas. A menudo, los transeúntes
se sobrecogían de pánico al escuchar melodías y voces alegres que señalaban que
ese lugar maldito estaba embrujado. Keng Chü-ping, uno de los sobrinos del
dueño de casa, era conocido por su atrevimiento y por su espíritu aventurero.
Un buen día le dijo al viejo portero que le avisase urgentemente apenas
ocurriese alguna novedad en el palacio. Esa misma noche, sorprendentes y
efímeras luces en el piso superior de un pabellón alertaron al viejo portero,
quien se apresuró a advertir al joven Keng. Éste, devorado por la curiosidad,
quiso llegar lo más pronto posible al lugar del hecho, a pesar de las temerosas
recomendaciones del viejo sirviente. Como conocía de memoria todo el palacio,
atravesó sin la menor dificultad el parque invadido de maleza, y tomando el
camino más corto, subió a toda carrera en el pabellón embrujado. A simple
vista, el edificio no mostraba nada extraño. Atravesó el salón de recepción y
entonces escuchó voces que partían de un gabinete. Espió, y vio una habitación
iluminada con velas del grosor de un brazo. Un anciano, vestido como un
letrado, ocupaba el lugar de honor de la mesa, frente a una dama de edad
madura. A ambos lados del viejo se encontraban dos jóvenes: un muchacho que
representaba una veintena de años, y una doncella que no podía tener más de
quince. Frente a esa mesa cargada de alimentos suculentos y vinos delicados, la
conversación parecía muy animada y jovial. Keng se sintió confiado e hizo irrupción
en la habitación, exclamando alegremente:
- ¡Aquí estoy! ¡Un convidado sin invitación!
Sorprendido, ese encantador grupo de comensales se retiró. El viejo
volvió a entrar, esta vez solo, y apostrofó al intruso:
- ¿Quién es el insolente que viene a turbar nuestra intimidad?
- ¡Perdón! - dijo Keng con tono burlón -. Mejor yo diría que mi casa es
turbada por vosotros, llegando inclusive a la avaricia de beber un vino tan
delicioso sin convidar al dueño de casa.
El anciano clavó la vista en el joven y se apresuró a decir:
- Pero usted no es el amo.
- Efectivamente, no - reconoció el joven -. Me llamo Keng Chü-ping, soy
insolente como usted bien lo ha dicho, y sobrino del dueño de casa.
- En tal caso, permítame expresarle toda la estimación que usted merece -
dijo el anciano, saludando al visitante inopinado, e invitándole a tomar lugar
en la mesa. Keng pidió a su anfitrión que no se molestara en colocar nuevos
cubiertos y platos. El viejo brindó una copa a la salud del joven Keng, quien
se lamentó haber interrumpido una reunión familiar tan encantadora.
- No debe usted considerarme como alguien de afuera - dijo Keng, envalentonado
-. ¿Qué temor puedo despertar? Me permito, pues, rogar a usted tenga a bien
invitar a la mesa a los convidados que tuve la desgracia de incomodar con mi
presencia.
El anfitrión aprobó con un gesto. Respondiendo a su llamado, el joven comensal
apareció en la sala y saludó al invitado.
- Es mi hijo, vuestro humilde servidor - dijo el viejo letrado a modo de
presentación. E invitó al joven a volver a ocupar su lugar en la mesa. Keng,
por educación, quiso imponerse de la situación de la familia de su anfitrión.
- Mi apellido es Ju[XIX]. Me
llamo Ju Yi-chün - respondió lacónicamente el anciano.
El joven Keng, instruido y sociable, condujo la conversación con mucho
espíritu. El hijo del anfitrión, no menos instruido y amable, se mostraba encantado
de ese nuevo conocimiento. Keng, de veintiún años, era dos años mayor que el
joven Ju; y en consecuencia lo trataba como a un menor.
- Supe hace tiempo - dijo el anciano a Keng - que vuestro abuelo escribió
una historia del clan de la montaña Tu. ¿Está usted enterado?
- Sí. Conozco eso - respondió el joven Keng.
- Pues bien, el origen de mi familia se remonta a ese clan - explicó el
anfitrión -. Conozco bastante bien mi genealogía a partir de la dinastía Tang,
pero más lejos mi ignorancia es completa. Si al joven señor no le parece
indiscreto, me encantaría instruirme con sus conocimientos en la materia.
Feliz de ser tratado con tanta cortesía, el joven erudito contó con mucha
gracia y entusiasmo, adornando debidamente los hechos, los servicios que la
hija del clan había prestado al emperador Yu[XX]. El
anfitrión, encantado, le dijo a su hijo con un gesto de aprobación:
- ¡Cuántas bellas cosas debemos aprender de los méritos de nuestros
antepasados! Es una lástima que lo hayamos ignorado hasta ahora. En verdad, el
joven señor no es un extraño para nosotros. ¿Por qué entonces privar a las
damas del placer de escucharlo? Diles a tu madre y a Ching-feng que vengan, si
ellas desean hacerla.
El joven obedeció. Desapareció entre los tapices y volvió al momento con
la dama y la doncella. Keng apenas había podido observar antes a la joven. Era
de una belleza perfecta, de frescor juvenil, y mostraba tal delicadeza de
formas y de espíritu que hacía pensar en la perfección divina, capaz de hacer
morir de envidia a cualquier criatura terrestre.
- Le presento a mi esposa - dijo el anciano, y volviéndose hacia la
doncella, prosiguió:
- Esta es Ching-feng, mi sobrina. Como es muy inteligente y dotada de una
excelente memoria, la hice venir para que retenga todo lo que usted va a
contarnos.
Finalizada su brillante exposición, Keng se puso a beber, sin dejar de
observar fascinado a la doncella. Ella, confundida ante esa insistente mirada,
bajaba la cabeza. Este movimiento, lleno de gracia y pudor, encantó de tal modo
al joven erudito, que ya fuera de sí, buscó con su pie los de la doncella,
prudentemente escondidos bajo la mesa. Ella los retiró de inmediato, sin dar
muestras de sentirse ofendida. El joven, olvidando todo formulismo, golpeó
vigorosamente la mesa y exclamó:
- ¡Yo despreciaría un trono por una esposa como ésta!
La madre, sorprendida por esa reacción propia de un borracho sin control,
hizo un gesto a la doncella. Las dos mujeres se incorporaron y se retiraron
detrás de los tapices. Keng, confundido, se despidió de su anfitrión y se fue.
Pero no pudo borrar la imagen de Ching-feng, y su singular belleza lo obsesionó
todo el día.
Al caer la noche, volvió al pabellón encantado, pero sólo percibió el
embriagador perfume de la doncella, y nadie vino a perturbar su soledad.
Después de una noche de infructuosa espera, Keng volvió a su casa y trató de
convencer a su mujer de ir a vivir en el palacio encantado, con la esperanza de
reanudar así su aventura. Pero su esposa se negó, y entonces él se instaló solo
en la planta baja del pabellón. Esa misma noche, mientras leía bajo la luz de
un candil, surgió de repente una figura negra y desmelenada. La aparición le
clavó sus ojos, que brillaban como carbones ardientes. Keng sonrió, se
embadurnó el rostro con tinta y miró al fantasma, clavándole la vista,
remendando su gesto con intención burlona. La aparición pareció avergonzarse y
se esfumó.
(De “El Fénix azul”, perteneciente a Historias
fantásticas recogidas en el pabellón de los charlatanes, por Pu Sung-ling,
dinastía Ching)
COMO EL FANTASMA ESTUVO A PUNTO DE SER CAPTURADO Y EL ZORRO BRUJO ATRAVESADO
POR UNA FLECHA
El señor Li Chu-ming, heredero de Li Chin-chuo, que fue alcalde de
Suining, se distinguía por su carácter franco e integro que ninguna amenaza
pudo disminuir. Su primo Wang Chi-liang, de Sincheng, era propietario de una
vasta casa encantada. Li, atraído por el frescor que reinaba en el parque,
insistía a menudo a su primo, en la estación calurosa, que le dejase a su
disposición un pabellón del, palacio, maravillosamente rodeado de vegetación.
Al advertírsele de que el pabellón estaba embrujado; Li se limitaba a sonreír y
reanudaba su pedido de hospitalidad. El primo, convencido por esa insistencia,
terminó por aceptar esa proposición, ofreciendo a su vez a algunos sirvientes
para que lo acompañasen. Pero Li declinó ese ofrecimiento, con el pretexto de
que estaba acostumbrado a dormir solo. Declaró que nada había en el mundo capaz
de meterle miedo. A pesar de esto, el anfitrión se impuso en la atención de encender
una varilla de perfume persa, que clavó en un quemador de perfume, e hizo la
cama conforme el deseo de su huésped. Después de asegurarse que nada faltaba en
la habitación, pidió permiso para irse, apagó la luz y se retiró, cuidando de
dejar cerrada la puerta de calle.
Al rato de estar acostado, Li vio repentinamente, en la claridad de la
luna, cómo la taza de té de la mesita de noche comenzaba a danzar y dar vueltas
sin cesar y sin perder el equilibrio. Pero apenas Li lanzó un grito, la danza
se interrumpió de inmediato. Después la varilla de perfume encendido se elevó y
se puso a trazar unos arabescos de los más fantásticos. Al ver esto, Li se incorporó
del lecho y lanzo un furioso juramento:
- ¿Quién es el espíritu maldito que se permite tanta insolencia? - gritó
con voz colérica.
Saltó del lecho a medio vestir, con la intención de capturar al autor del
desorden. Pero al tantear el suelo con el pie, sólo encontró un zapato. El otro
no aparecía por ningún lado. No lo buscó más, y se lanzó descalzo, golpeando violentamente
en el espacio donde la vara de perfume parecía bailotear en alguna mano
invisible. Instantáneamente todo volvió a la calma: la varilla de perfume quedó
prendida en el quemador como si nada hubiese ocurrido.
Li, doblado en dos, buscó detenidamente su zapato en la oscuridad. De
repente recibió en la mejilla una sonora, bofetada, que le dejó toda la
impresión de haber sido, aplicada con la suela de un zapato. Reanudó su
búsqueda, pero siempre en van. Entonces abrió la puerta, descendió la escalera
y volvió con una luz traída por un sirviente. Aunque la habitación estaba
iluminada, el zapato desaparecido permaneció sin aparecer. Li volvió a
renunciar a su búsqueda y se acostó. Al amanecer fueron llamados varios
sirvientes para continuar la búsqueda del zapato, siempre sin resultado alguno,
si bien la habitación fue minuciosamente revisada. Al tener conocimiento de
ello, el anfitrión se apresuró a ofrecer un nuevo par de zapatos a Li. Al día
siguiente, al mirar casualmente el techo, Li vio el zapato perdido, enganchado
entre dos vigas. Lo hicieron caer con una caña, y en efecto se trataba del
zapato misteriosamente perdido.
Nativo de la ciudad de Yitu, Li residió una vez en la mansión del señor
Sun, en Shantung, un inmenso palacio del que solamente la mitad estaba
habitado. Sólo un muro lo separaba del patio meridional, donde sobresalía una
alta torre. A menudo se veía como las puertas y ventanas de esa torre se abrían
y cerraban solas. Esto, sin embargo, no intrigaba mayormente al dueño de casa.
Un día Li charlaba con sus amigos en el patio. La puerta del pabellón que
coronaba la torre se abrió, y apareció un enano que apenas medía tres pies de
alto, sentado, mirando hacia el norte, vestido con una túnica verde y calzado
con zapatos blancos. No se mostró nada turbado al verse señalado por la gente
que se encontraba en el patio, ni preocupado mayormente de sus comentarios.
- Debe ser un zorro brujo - dijo Li. Rápidamente se armó con un arco, y
se dispuso a lanzar sus flechas. El enano lanzó una burla y desapareció.
Entonces Li tomó un sable y blasfemando fue a buscar al enano insolente, pero
no pudo encontrar ni indicios de algo anormal.
Desde entonces la casa dejó de ser embrujada. Durante muchos años, la
residencia de la familia de Li en ese palacio transcurrió en la más perfecta
tranquilidad.
(De Historias fantásticas recogidas
en el pabellón de los charlatanes, por Pu Sung-ling, dinastía Ching)
KAO CHUNG,
VENCEDOR DE UN MONSTRUO MARINO
El distrito de Wenteng, provincia de Shantung se extendía sobre el
litoral, muy lejos de todo centro populoso. En el otoño del año 22 del reinado
Kang Si[XXI], esta
región costera fue conmovida por la aparición de un monstruo marino que sembró
el terror entre la población local. Apenas la noche caía, todas las casas eran
cerradas con puertas atrancadas. Este estado de alerta duró dos meses, y se
hizo preciso llevar este asunto al alcalde. Kao Chung, ayudante del alcalde, un
atleta lleno de valor, propuso a su amo:
- Las turbaciones causadas a la población por el monstruo marino, crean
preocupaciones a mi amo. Las preocupaciones de mi amo son también las mías. Si
yo pudiese contar con un buen corcel y una lanza bien templada, me comprometo a
enfrentar y vencer al monstruo.
El alcalde le consiguió todo lo pedido. Kao saltó a la montura, y lanza
en mano se dirigió solo a la costa. La luna creciente se levantaba del
horizonte. Las arenas de la playa se extendían, blancas como la nieve.
Alrededor de medianoche, un monstruo gigantesco, de más de diez pies de altura,
el rostro azul, el cráneo cornudo, la trompa cubierta de colmillos como
garfios, los miembros peludos y el lomo escamoso, vino a sentarse en la arena,
frente a cinco pollos asados y diez botellas de vino. Mientras saboreaba su
festín, se daba aire con sus anchas patas, que se extendían como verdaderos
abanicos. Lanza en ristre, Kao Chung lanzó su cabalgadura sobre el demonio,
quien sorprendido dio un salto y se zambulló en el mar. El vencedor ocupó el
lugar del prófugo. Regó con buen vino los pollos despedazados y se sintió más
fuerte que nunca.
Poco después el mar se puso a hervir. Las olas se elevaron y dejaron paso
al monstruo, que esta vez llegaba él también montado, en un corcel fantástico.
Blandiendo un sable que echaba llamas, se arrojó sobre su adversario. Después
de una lucha encarnizada, Kao consiguió sembrar la punta de su lanza en el
vientre del demonio, quien pese a todo logró escapar, abandonando su sable en
el suelo. El ayudante del alcalde recogió el trofeo y se lo llevó a su amo.
Este descubrió en el arma estas palabras incrustadas: "Pluma de
cisne"[XXII],
y lo guardó bajo sello. Desde entonces, la población de la costa no fue turbada
jamás por apariciones demoníacas.
(De Los restos de una calabaza, por
Niu Siu, dinastía Ching)
YE LAO-TUO
El llamado Ye Lao-tuo, de origen desconocido, acostumbraba deambular sin
sombrero y descalzo, una burda tela echada al hombro tanto en verano como en
invierno, siempre con una estera de bambú en la mano. Cierta vez llegó a Un
albergue de Yangchou y pidió un cuarto, el más alejado de todo ruido. El
mesonero le señaló una habitación y le dijo:
- Esta es la más tranquila de todas. Lástima que esté embrujada. No le
recomiendo que la ocupe.
- Eso no me preocupa - replicó el viajero. E inmediatamente, él mismo procedió
a limpiar el cuarto. Extendió su estera en el suelo.
La medianoche lo encontró acostado sobre su estera. Entonces vio
deslizarse en su cuarto, a través de la puerta que se había abierto sola, una
mujer que llevaba una cuerda en el cuello. Los ojos le salían de las órbitas,
de modo que le golpeaban las mejillas, y la lengua le colgaba varios pies fuera
de la boca. Ella avanzó con pasos vacilantes. Detrás apareció un decapitado,
llevando una cabeza en cada mano, seguido de una figura negruzca y desfigurada:
ojos, orejas, nariz y boca, estaban casi enteramente borrados. Lo seguía un
hombre hinchado, amarillento, con la panza bien inflada como una monstruosa calabaza.
- ¡Diablo! - exclamaron al unísono los cuatro visitantes -. ¡Esto apesta
a intruso! ¡Es preciso darle una lección!
De inmediato hicieron toda la mímica de darle caza, pero sin acercarse
siquiera.
- El canalla está aquí, no cabe duda - se impacientó uno de los monstruos
-. Resulta curioso que no lo encontremos. ¿Qué hacer?
- Según mi opinión - dijo el amarillo e hinchado-, si tenemos el poder de
extraer el alma a los vivientes, es debido a que el miedo favorece nuestro
trabajo. Seguramente que esta vez tenemos que vérnosla con alguien que tiene el
alma bien afirmada dentro del pellejo. Sin la ayuda del miedo, nada podemos
hacer.
Viendo la perplejidad en la cual estaban sumergidos esos fantasmas que
daban vueltas y más vueltas con gestos lastimeros, Ye se sintió seguro de sus
fuerzas, y señalándose a sí mismo exclamó:
- ¡Aquí estoy!
Los monstruos, aterrorizados, cayeron de rodillas. Dócilmente se dejaron
interrogar.
- Éste es un ahogado - declaró la mujer, señalando a su compañero
hinchado -. Ese otro es un quemado vivo. Y aquél, un bandido decapitado por
asesino. En cuanto a mí, me ahorqué aquí mismo.
- ¿Se confiesan ahora vencidos? - les preguntó Ye.
- ¡Oh, sí! - respondieron con unanimidad.
- En tal caso, vayan a ocuparse de vuestra metempsicosis, en, lugar de
atormentar a la pobre gente de aquí - les ordenó Ye.
Los monstruos se prosternaron y se fueron., Al día siguiente, Ye contó el incidente al alberguista, quien tuvo la
satisfacción de comprobar que esa habitación había quedado exorcisada.
(De Aquello que no habló Confucio, por
Yuan Mei, dinastía Ching)
COMO LOS APARECIDOS TEMEN A LOS TEMERARIOS
Un tal Chie, primo del ministro del mismo nombre, era un verdadero
temerario a quien nunca le tembló el pulso. Toda historia de fantasmas y de
aparecidos lo enfurecía y lo ponía fuera de sí. De modo que cada vez que tenía
que buscar un albergue para dormir, prefería hacerla en casas embrujadas.
Un buen día, mientras viajaba por la provincia de Shantung, tuvo la
felicidad de encontrar en un albergue una habitación conocida por ser visitada
por monstruos fabulosos. Lleno de alegría, Chie se instaló allí, sentóse y
esperó. Hacia medianoche, cuando el tambor de la puerta de la muralla golpeaba
la segunda ronda, una teja cayó solo al suelo.
- ¡Eh, allí! - interpeló rudamente el temerario -. Si eres un fantasma
que se respeta, y quieres meterme miedo, debes tirarme del techo algo más
pesado que una teja.
De inmediato cayó una rueda de molino de piedra maciza, haciendo temblar
el suelo.
- ¡Ya te veo más bravo, fantasma! - desafió el impetuoso -. Pero si
quieres atemorizarme debes quebrar mi mesa.
Y un enorme trozo de roca astilló instantáneamente la mesa en cuestión.
- ¡Perro fantasma! - gritó Chie, fuera de sí -. ¡Para vencerme debes
atreverte a romperme la cabeza!
Arrojó su bonete al suelo y esperó con la frente erguida.
Pero todo entró en calma, la que nunca más fue turbada por los fantasmas
vencidos.
(De Aquello que no habló Confucio, por
Yuan Mei, dinastía Ching)
EL SEÑOR SERENIDAD
El docto Tsai Wei-kung, laureado en los concursos imperiales de
provincia, solía decir que la táctica de los fantasmas se componía de tres
elementos: seducción, engaño, e intimidación. Para satisfacer a los que querían
saber más, explicaba de esta manera:
Mi primo, don Lü, funcionario recibido en los exámenes del distrito de
Sungchiang, era un hombre que no se inhibía por ningún prejuicio y se reservaba
la mayor libertad de espíritu y de movimiento. Le gustaba hacerse llamar el
señor Serenidad.
Un día se paseaba por la costa oeste del lago Maoju.
Al caer la noche vio a una mujer con el rostro maquillado. Llevaba una
cuerda en la mano, y corría con gesto de extravío. Al ver a Lü, se refugió en
un gran árbol, dejando caer su cuerda al suelo. Lü la recogió y la examinó. Era
de paja trenzada y sentía el moho, lo que le hizo sospechar de que se trataba
del alma de una ahorcada.
Lü guardó la cuerda bajo su ropa y reanudó su marcha.
La mujer, saliendo de su escondrijo, trató de cerrarle el camino. Ella se
plantaba a izquierda cuando el viajero volvía hacia la izquierda, y aparecía en
la derecha cuando el viajero se volvía hacia la derecha.
"Sin duda se trata de lo que se llama la barrera del fantasma",
se dijo Lü. Marchó rectamente hacia la mujer, obligándola a dejarle libre el
paso. Ella lanzó un largo aullido y saltó sobre el viajero, bajo la forma de un
ser espantoso: des melena da, el rostro ensangrentado, la lengua pendiente más
de un pie.
- Esperabas seducirme con tu rostro maquillado - dijo Lü al fantasma, sin
perder nada de su sangre fría -. Después trataste de cortarme el paso con la
esperanza de extraviarme del buen camino. Y ahora te pones horrible para
meterme miedo. Tus artimañas en tres tiempos se agotaron y aún no estoy
aterrorizado. Me imagino que te encuentras bastante confundida, sin otros
medios más eficaces para afrontarme, y todo esto porque tuviste la desgracia de
ignorar mi nombre, pues debes saber que me llaman el Señor Serenidad.
El fantasma, informado por estas palabras, re tomó su forma original,
cayó de rodillas y explicó:
- Me llamo Shi. Vivía en la ciudad. Una riña con mi marido me llevó al suicidio.
Hoy supe que una joven mujer, que vive al este del lago, también había reñido
con su marido. Por eso me apresuré a ir allí, para hacerme suplantar por ella.
Pero el inopinado encuentro que tuve con usted, y el hecho de que me haya quitado
la cuerda, perturbaron cruelmente mis planes. Ya no puedo ser suplantada por la
otra, y no me queda otro camino que implorar vuestra piedad para ayudarme a
realizar mi metempsicosis.
- Lo haría con todo gusto si supiera cómo proceder - respondió el señor
Serenidad.
- Dada su amabilidad, le agradeceré infinitamente si usted insiste para
que mi familia organice un gran ritual, donde un eminente monje debe ser
invitado para rogar por mi metempsicosis. Si hace esto, es a usted a quien
deberé mi vuelta a la vida en este mundo.
- Para lograr esto, cuento con medios mucho más simples - dijo el señor
Serenidad con una sonrisa inspirada-. Yo seré quien servirá de monje eminente,
y también seré yo quien diga las oraciones para tu metempsicosis.
A voz de cuello, Lü cantó:
¡El mundo es tan bello!
Sin contratiempos y sin
preocupaciones.
Ninguna necesidad de
encontrar reemplazante,
tanto en la vida como en la
muerte.
¿No se debe vivir libre de
hacer todo lo que se desea?
¿Y de partir al más allá si el corazón así lo
exige?
El fantasma, como si hubiese despertado de una pesadilla, se prosternó
varias veces y se alejó brincando de alegría.
Según dice la población local, esa región, durante mucho tiempo turbada
por apariciones, ha vuelto a la calma después de la intervención del señor
Serenidad.
(De Aquello que no habló Confucio, por
Yuan Mei, dinastía Ching)
COMO CHEN PENG-NIEN RECHAZO A UNA AHORCADA SOPLANDOLE ENCIMA
El señor Chen Peng-nien, antes de hacerse célebre, mantuvo relaciones muy
amistosas con su paisano Li Fu. Una noche de otoño visitó a su amigo para
charlar a la luz de la luna. Letrado sin fortuna, Li informó a su amigo:
- Pedí en vano a mi mujer de que nos diese algo de beber. Pero no me doy
por vencido. Espéreme un instante; iré cerca a traer vino para brindar en tu
compañía por este magnífico claro de luna.
Chen quedó solo. Abrió una selección de poemas de su amigo y se puso a
leerlos en espera de la vuelta de su anfitrión. En ese instante la puerta se
abrió y apareció una mujer desmelenada; vestida de azul. De inmediato percibió a
presencia del visitante e hizo el gesto de retirarse. Li la tomó por una
pariente de su amigo, confundida por su presencia, y se dio vuelta con
discreción para dejada pasar. Envalentonada de pronto, la mujer dio media
vuelta y escondió bajo el marco de la puerta un objeto que llevaba disimulado
en la manga. Con paso precipitado se volvió hacia el apartamento del fondo.
El visitante, intrigado, inspeccionó el marco y descubrió una cuerda
ensangrentada que desprendía un olor fétido. Comprendió entonces que aquella
mujer era el alma de una ahorcada. Tomó la cuerda, la guardó en la caña de su
bota, y esperó en su lugar habitual.
Poco después la mujer desmelenada volvió a buscar la cuerda y no la pudo
hallar. Furiosa, se lanzó con un aullido hacia el visitante:
- ¡Devuélvame esa cosa!
- ¿Qué cosa? - se asombró Chen.
Sin responder, la mujer se puso rígida, redondeó sus labios, y lanzó
sobre Chen un soplo que lo heló hasta los huesos e hizo vacilar la llama de la
lámpara, que se azuló como pronta a apagarse. Chen, aterido, sintió castañetear
sus dientes y erizarse sus cabellos. Pero sin perder la sangre fría, se dijo:
"Si un fantasma sabe soplar, ¿por qué no puedo hacerla yo también?" Y
al instante, aspiró largamente y lanzó sobre el fantasma un poderoso soplo que
lo traspasó como si fuese puro humo. El primer soplo agujereó el pecho del fantasma,
el segundo atravesó Su vientre, y el tercero borró su cabeza patibularia. El
resto se esfumó como una humareda, sin dejar ningún trazo.
Momentos después, el anfitrión volvió con un frasco de vino y pasó a la
otra parte del departamento. Volvió inmediatamente, turbado, lanzando gritos de
horror: su mujer terminaba' de ahorcarse encima de su lecho.
- No te desesperes - le dijo Chen, radiante de alegría -. La cuerda
maldita aún la tengo en mi bota.
Su anfitrión, informado de todo lo ocurrido, le rogó socorrer a la
desgraciada, que rápidamente recuperó el conocimiento después de unos tragos de
té de jengibre.
Apenas sintióse restablecida, y apurada por muchas preguntas, explicó:
- Mi marido, cada día más hospitalario a pesar de nuestros apuros
económicos, me arrancó esta noche mi último peinetón para ir a cambiado por
vino. Como el visitante se encontraba en el salón, me obligó a ahogar en
silencio todo mi despecho. En ese momento fue cuando apareció una mujer
desgreñada, quien me dijo que era nuestra vecina y me contó que mi marido había
tomado mi joya, no para comprar vino, sino para ir a jugar en un tugurio.
Huelga decir que estas palabras aumentaron mi pena. Estaba sola en plena noche,
sintiendo la ausencia de mi marido y confundida con la presencia de un visitante,
a quien no tenía el valor de enfrentar para decide que se fuese. Esa mujer
juntó sus manos en forma de círculo y me dijo: "Por aquí se pasa al
Paraíso". Traté de introducir allí la cabeza, pero ese círculo se deshizo
muchas veces. La mujer, impaciente, me dijo entonces que iba a buscar la cuerda
del buda, para que yo me convirtiera también en buda. Ella no volvió nunca y
fueron ustedes quienes llegaron para socorrerme.
(De Aquello que no habló Confucio, por
Yuan Mei, dinastía Ching)
WANG CHI-MING
Wang Chi-ming, oriundo del distrito de Wuyuan, terminaba de mudarse a la
residencia señorial de Su primo Wang Po, un honorable diplomado en el concurso
imperial superior.
Esa residencia se encontraba en el distrito de Shang-sinje, cerca de
Nankín. El año 39 del reinado de Chien Lung[XXIII], y
en la noche del primer día de abril, Wang, obsesionado por una pesadilla sin
fin, despertó para encontrarse cara a cara con un gigantesco fantasma, tan alto
como la casa.
Wang, que era un hombre osado, se incorporó rápidamente y se lanzó contra
el intruso. Este, queriendo escabullirse por la puerta, en su precipitación fue
a golpearse contra la pared; pareció confundido y aturdido. Wang se lanzó en su
persecución y alcanzó a agarrarle en su carrera. De repente un soplo siniestro
apagó la luz y sepultó la mole del fantasma en la oscuridad. Wang, enceguecido,
no soltó su presa. Solamente sentía entre sus manos heladas un torso grueso
como un enorme jarrón. Quiso llamar él los suyos para que viniesen a su
socorro, y ese luchador inmovilizado sintió la angustia de que la voz no le
salía de la garganta. Los minutos transcurrieron, interminables. En un esfuerzo
supremo, al fin surgió un grito retumbante, al cual respondió la gente de la casa.
De golpe, el fantasma se redujo al tamaño de una criatura de pecho. Llegaron
sirvientes con antorchas. Entre las manos de Wang sólo quedaba una madeja de
seda revuelta. Una lluvia de tejas y cascajo cayó en el patio. La gente de la
casa, espantada, suplicó al amo que soltase a su presa. Wang declaró alegremente:
- Pueden estar seguros de que no pasará nada. Si los cómplices del
demonio se reducen a vanas intimidaciones, quiere decir que se confiesan
impotentes. Si dejo a mi prisionero, sin duda irá a juntarse con sus compañeros
para volver al asalto. Más vale exterminar a uno para disuadir a muchos.
Mientras hablaba de este modo, Wang apretó vigorosamente la madeja
fantasmagórica en su mano izquierda, y con su mano derecha tomaba una antorcha
que sostenía una testigo del hecho. Aplicó la llama al demonio cautivo. Un
chorro de sangre brotó de la madeja que se crispaba y chirriaba bajo la llama.
Un sofocante hedor llenó la habitación.
Al día siguiente, los vecinos aún debían taparse las narices. En el suelo
se extendía un charco de sangre de una pulgada de espesor, una sangre fétida y
tan viscosa como cola. Nunca se supo de qué monstruo se trataba.
Wang Feng-ting, secretario de la Corte, escribió una epopeya intitulada
La captura de un fantasma, inspirada en este incidente.
(De Aquello que no habló Confucio, por
Yuan Mei, dinastía Ching)
EL FRACASO DEL
CHANTAJE DE UN VIL DEMONIO
Chen Lu-chü, laureado en el concurso imperial del distrito de Yenje, era
un hombre recto y austero. Su hija, convertida en devota desde su adolescencia,
no hacía otra cosa que ayunar y murmurar oraciones en. el transcurso de todo el
día. Todo pedido matrimonial provocaba un horror indecible a la joven. Un poco
de insistencia provocaba sollozos y huelga de hambre. Su padre, profundamente
herido por esa conducta, había renunciado a tratada como hija.
A los treinta años, esta piadosa persona cayó gravemente enferma. En las
divagaciones de su estado febril, declaró con voz extraña:
- Yo soy Chang Si, comerciante de telas, nativo de la provincia de
Chiangsí. En la otra vida, esta muchacha era barquera. Me asesinó en su barca,
que yo alquilé para viajar a Sechuán. No contenta de arrebatarme mi equipaje y
mi mercadería, tuvo la ferocidad de reventarme los ojos y de desollarme antes
de tirarme al agua. Sobra decir que semejante crimen no puede escapar a mi venganza.
El padre, incrédulo, pensó: "Asesinar por codicia es cosa posible.
¿Pero qué bandido sería inútilmente tan cruel como para desollar a su
víctima?"
- ¿En qué año ha sido cometido ese crimen? - preguntó a la enferma.
- El año once del reinado de Yung Cheng[XXIV].
- ¡Muy bien! - exclamó el padre, echándose a reír-. Ese año mi hija tenía
tres años de edad. ¿Cómo pretendes que ella te haya asesinado como barquera?
Confundida, la enferma se propinó un par de bofetadas y se disculpó:
- Usted tiene razón, amo Chen. Me equivoqué al pensar en su hija. Déme
tres mil sapecas y los dejaré tranquilos para siempre.
- ¡Vil demonio! - vituperó el letrado, fuera de sí-. ¡Miserable
estafador! ¡Lo que mereces es ser azotado con una rama de duraznero[XXV], y
tienes la insolencia de pedir dinero!
La enferma volvió a propinarse bofetones, cada vez más fuertes, y a
proferir amenazas.
- ¡Hombre temible! ¡Digno maestro Chen! Puesto que me trata de vil
demonio, voy a emplear procedimientos diabólicos. No se arrepienta si su
proceder le cuesta la vida de su hija.
- Mi hija no merece mi afecto - dijo el honorable erudito -. Me sentiría
muy feliz si te la llevaras contigo. Pero tu venganza no es justificable, y
todas las amenazas que lanzas son vanas, pues es el destino quien puede marcar
su muerte natural y cercana. Para probar tu poder, es preciso que logres
hacerla morir, pero no dentro de algunos días, sino en este mismo instante.
La enferma escuchó esto, dejó de divagar y volvió en sí.
(De Aquello que no habló Confucio, por
Yuan Mei, dinastía Ching)
EL FANTASMA FRITO
Chou Yi-jan, honorable laureado del concurso, imperial, vivía en
Jangchou. Era conocido por su carácter franco e inquieto. Una noche, abrumado
por el calor sofocante, el digno letrado partió con siete u ocho amigos a
pasear por el lago. En bote llegaron al pie del monte Tingchia.
- Supe que el gran puente que flanquea el monasterio Chingtsi es
frecuentemente embrujado - le dijo un amigo -. ¿No quieren hacer un paseíto
hasta allí? Sería divertidísimo si tenemos la suerte de conocer el verdadero
aspecto de un aparecido.
La proposición recibió la aprobación general. Los amigos desembarcaron.
Cuando llegaron al puente vieron un pescador nocturno llevando su red y los
pescados que terminaba de atrapar. Un examen atento en medio de la oscuridad,
reveló a Chou la identidad del pescador: se trataba del guardián de las
sepulturas familiares de Chou.
- ¿Podrías tener la amabilidad de prestarnos tu red? - le pidió Chou -.
Te la devolveré mañana sin falta.
El guardián aceptó. Chou ordenó a su doméstico encargarse de la red y
seguir al grupo de amigos.
Sus amigos se mostraron intrigados, pero el digno erudito les respondió:
- ¡Es que tengo la intención de atrapar en una buena redada a todos los
fantasmas que merodean en el monte Nanping!
Esta bravuconada provocó una explosión de risas. El grupo tomó por los senderos
más desiertos. La luna estaba alta, y la noche resultaba clara como si fuese
día. En un bosque que cortaba el camino, una mujer de blusa roja y falda
blanca, parecía admirar la luna, con la cabeza levantada.
- A esta hora tan tarde - se asombraron varios amigos -, ninguna mujer
del mundo se arriesgaría en semejante lugar. No cabe duda que se trata de un
fantasma que medita alguna maldad. ¿Quién de nosotros se atreve a servir de
avanzada?
El diplomado se ofreció con gusto y a grandes pasos se dirigió hacia la
aparición. A media distancia de un tiro de flecha, se levantó un viento
glacial. La mujer se volvió bruscamente, presentando al recién llegado un
rostro ensangrentado. Sus ojos, saltados de sus órbitas, le caían sobre las
mejillas. El ilustre docto, poseído de miedo, se detuvo como clavado en el
suelo y gritó:
- ¡La red! ¡La red!
El grueso del grupo se lanzó al ataque y lanzaron la red. Y todo
desapareció. Solo quedó cogido por la red un trozo de tronco muerto, no más
largo de un pie. No tenía mayor interés, pero de cualquier modo decidieron
guardado.
En el camino de vuelta, los cazadores de fantasma fueron a golpear en la
puerta del guardián de tumbas. Le pidieron una sierra y aserraron ese tronco,
pulgada por pulgada. De esa madera reseca surgió un incontenible chorro de
sangre viscosa. Después compraron al guardián una botella de aceite de lámpara
y el grupo volvió a embarcarse. En la barca hicieron calentar el aceite, y allí
echaron los pedazos de la diabólica madera, que fue carbonizada, produciendo
una azulina humareda.
En la mañana siguiente, los amigos volvieron a la ciudad y contaron a sus
conocidos:
- Anoche freímos un fantasma. ¡Una hazaña realmente singular!
(De Aquello que no habló Confucio, por
Yuan Mei, dinastía Ching)
LO QUE ME CONTO
TSAO CHU-SÜ
Su Excelencia, el ministro de finanzas Tsao Chu-sü, me contó el siguiente
relato:
Mientras se dirigía de Shesien a Yangchou, su primo se detuvo en casa de
un amigo. El viajero, abrumado de calor, encontró un frescor delicioso en el cuarto
de trabajo de su amigo. Al caer la noche, pidió a su anfitrión pasar la noche
en ese mismo cuarto.
- En verdad sería un gran placer para mí satisfacer ese deseo - le dijo
el amigo -, pero este cuarto está embrujado. Nadie se atreve a pasar la noche aquí.
El primo, poco crédulo, no escuchó estas razones y se instaló allí, pese
a la opinión del dueño de casa.
A medianoche, algo pareció moverse en la rendija de la puerta, como si
tratasen de introducir una hoja de papel en el cuarto. Una vez adentro, ese
objeto se desplegó y tomó la forma de una mujer. Al ver que el hombre continuaba
imperturbable, la aparición se desmelenó y sacó la lengua como una ahorcada.
- ¡Greñuda! - sonrió el primo -. De todos modos siguen siendo cabellos. Y
un poco larga, es verdad, tu lengua, pero siempre lengua. ¿Qué hay de temible
en todo esto?
Entonces, de un movimiento brusco, ese ser fantástico se arrancó su
cabeza y la puso sobre la mesa. El primo se desternilló de risa:
- Si ni con la cabeza en su lugar has conseguido meterme miedo - dijo con
flema -, sin cabeza lo lograrás menos.
El fantasma, aturdido, se evaporó.
En el camino de vuelta, el viajero volvió a pedir la hospitalidad de su
amigo, y rogó le permitiese acostarse en la misma habitación. A medianoche el
mismo fru-fru se escuchó a través de la rendija de la puerta. Apenas se hizo
presente esa figura extraña, ella escupió y exclamó:
- ¡Caramba! ¡Otra vez este aguafiestas!
Desanimado y avergonzado, desistió de entrar.
Esta historia se parece mucho a aquella de Chi Kang[XXVI], a
quien le repugnaba participar la misma luz con un fantasma. Si los tigres no
atacan a los hombres ebrios, es debido a que los borrachos pierden el
sentimiento del miedo. Pues, de modo general, es el miedo quien turba el
espíritu. y un espíritu turbado facilita los fenómenos fantasmagóricos. Al
contrario, la placidez mantiene en el espíritu todas sus facultades y el espíritu
lúcido desafía toda intervención demoníaca. De este modo, la historia de Chi
Kang deja entender que es manteniendo lúcido su espíritu que hizo alejar a la
aparición, avergonzada de su impotencia.
(De Memorias de la choza Yue Wei, por Chi y un, dinastía Ching)
SU NAN-CHIN DE NANPI
El maestro Su Nan-chin, nativo del distrito de Nanpi, era un hombre
extremadamente temerario. Sus cultas investigaciones le impusieron cierta vez
una permanencia en un monasterio, donde compartía la cama de un amigo. A
medianoche, la pared del norte se iluminó de repente con dos llamaradas:
apareció una figura humana, ancha como una marmita e iluminada con dos ojos tan
luminosos que daban la impresión de tratarse de dos antorchas. El amigo de Su,
dominado por el terror, quedó paralizado, rígido como un muerto. El maestro
Sli, en cambio, se vistió rápidamente y abandonó el lecho.
- ¡Bienvenido! - le dijo a la luminosa aparición-. Eres muy amable en
venir a iluminar el cuarto. Ahora puedo proseguir la lectura que interrumpí al
consumirse mi candela.
El sabio tomó un volumen, se instaló de espalda contra la luz y se puso a
leer en voz alta. Pero apenas recorrió una o dos páginas, cuando los ojos
incandescentes se fueron apagando y terminaron por desaparecer. Los reclamos
impacientes del decepcionado lector, que golpeaba la pared, quedaron sin
respuesta.
Otra noche, el maestro Sli fue a hacer una necesidad, seguido de un paje
que llevaba una luz. Cuando estaba en lo mejor, la figura fantástica surgió,
esta vez directa mente del suelo,
con, un gesto burlón. El niño cayó al suelo, como fulminado, haciendo rodar la
candela.
- Una vez más te doy la bienvenida - dijo el sabio, sin cambiar de
postura y colocando la candela sobre el cráneo del fantasma -. Esta vez llegas
justo para servirme de candelabro.
El monstruo, inmóvil, le clavaba la vista.
- ¿Pero qué idea tienes de meterte en un sitio como éste, habiendo tantos
otros lugares en el mundo? - prosiguió el maestro Su -. ¿No serás tú el célebre
gustador de inmundicias fétidas, que según cuentan, ha embrujado el litoral[XXVII]?
Si lo eres, no quiero quitarte este gusto.
Y mientras decía esto, frotó el hocico del monstruo con el papel que
acababa de usar. El aparecido mugió y desapareció después, de vomitar
abundantemente, dejando caer la candela que mantenía en la cabeza. Desde, entonces
el monasterio fue exorcizado.
(De Memorias de la choza Yue Wei,
por Chi Yun, dinastía Ching)
CHIANG SAN-MANG,
TERROR DE LOS FANTASMAS
Esta historia ha sido contada a mi padre por su abuelo.
En el distrito de Chingcheng vivía un tal Chiang Sanmang, un hombre
valiente pero simple. Sintióse muy alegre cuando alguien le contó la historia
de Sung Tingpo, que había vendido a un fantasma.
- ¡Dios, esto es maravilloso! - exclamó -. Lástima que recién ahora
conozco el precio de un fantasma. Si cada noche atrapo a un fantasma y le
escupo encima, y se transforma en un cordero, lo venderé en el mercado en la
mañana, de modo que cada día tendré asegurado el vino y la carne.
Desde entonces, armado con un garrote y cuerdas, todas las noches fue a
rondar entre las tumbas, como un cazador en busca de animales salvajes.
Desgraciadamente, esta caza poco común resultaba siempre infructuosa. Inclusive
en los lugares conocidos por embrujados, esa caza no daba muestras de mejorar,
aunque el cazador tuvo la precaución de simularse un borracho caído al sucio,
durmiendo la mona.
Una noche, a la vista de algunos fuegos fatuos que revoloteaban a través
de un bosquecillo, el cazador en acecho se lanzó al ataque… Nueva decepción:
esas luces se esfumaron con más prontitud que la deseada por el cazador.
Transcurrió un mes sin que ninguna presa consolase al desalentado
cazador. Tuvo que interrumpir esa búsqueda.
Se hace evidente que el miedo hace al hombre víctima de fenómenos
sobrenaturales. La convicción utilitaria del cazador de fantasmas lo hizo tan
temerario, tanto que aun si existieran los fantasmas, éstos no podían hacer más
que evitado con terror.
(De Memorias de la choza Y ue Wei, por Chi y un, dinastía Ching)
TIEN PU-MAN
Tien Pu-man, sirviente de una granja, se extravió una noche en un lugar
desierto erizado de tumbas. Tropezó con una calavera, que silbó entre sus
dientes:
- ¡Maldito seas! ¡Me estropeas la cara!
Rústico pero valiente, el sirviente replicó:
- ¿Quién te manda ponerte en mi camino?
- Alguien me puso aquí - murmuró el cráneo-. No es mi deseo cerrarte el
camino.
- ¿Entonces por qué no maldices a aquel que te puso aquí? - apostrofó
Tien, furioso.
- Es que el causante de mi desgracia tiene mucha suerte y no le presta
ninguna atención a las influencias maléficas.
- ¿Te atreves a decir que mi suerte es mala? - exclamó Tien, a la vez
indignado y divertido -. Por otra parte, ¿te parece bien temer al afortunado y
perseguir al desgraciado?
- Tú también eres hombre de suerte - dijo la calavera, lloriqueando -. Por
eso no me atreví a embrujarte, y me contenté con dirigirte algunas palabras
para intimidarte. ¿Acaso no sabes que el mundo está acostumbrado a temer al
suertudo y hostilizar al desgraciado? Así hacen los hombres. ¿Por qué te
indignas que los espíritus hagan
lo mismo? Por favor, si me colocas en un lugar protegido, te agradeceré tus
buenos sentimientos.
Tien prosiguió su camino como si nada hubiese pasado, y nunca más volvió
a tener otros encuentros molestos.
(De Memorias de la choza Yue Wei, por Chi y un, dinastía Ching)
EL VIEJO LETRADO
QUE EMBADURNO EL HOCICO DE UN FANTASMA
Según me contó mi amigo Liu Siang-wan, a un viejo letrado que se alojaba
en casa de un familiar le disgustaba la presencia del yerno del dueño de casa,
un granuja con quien tenía que compartir un cuarto. Al respecto, ese joven
tunante no se mostraba menos exigente. Su anfitrión, fastidiado, propuso al
viejo letrado que aceptara ocupar otra habitación. Al letrado le intrigaron los
misteriosos gestos burlescos que se manifestaron en el yerno.
La nueva habitación era limpia y arreglada con buen gusto. Tenía todo lo
necesario para leer y escribir. El viejo letrado aprovechó para instalarse
frente a la lámpara y escribir una carta a su familia.
Repentinamente una mujer apareció bajo la luz. No era muy linda, pero sí
graciosa. El letrado comprendió que se trataba de un fantasma, pero no se turbó
en lo más mínimo.
- Puesto que has llegado - le dijo al fantasma, señalándole la candela-,
es conveniente que avives la llama en vez de quedarte ahí parada como una
babieca.
La mujer se lanzó sobre la luz, la apagó, y se aproximó hasta quedar
nariz con nariz con el viejo. Éste, fastidiado, empapó su mano en la tinta y
abofeteó al fantasma, que escapó lanzando un quejido lastimero.
- Ya estás marcada - dijo el letrado -. Mañana se podrá identificar tu
cadáver y quemado.
Al día siguiente, el dueño de casa fue informado de lo ocurrido y
confesó:
- En efecto, una de mis doncellas murió en este cuarto.
Desde entonces quedó embrujado. Es por eso que allí no recibo a nadie, a
no ser en pleno día. Nadie quiere ocuparlo de noche. Pero ayer, la falta de
habitaciones hizo que le ofreciese ese cuarto. Estaba convencido que vuestra
vida virtuosa y sabia iba a disuadir al fantasma de aparecer. Realmente estoy
desolado de haberme equivocado.
Esta explicación hizo comprender al viejo letrado el sentido de los
gestos burlones del yerno. En cuanto al espíritu, conservó su costumbre de
pasearse por el patio a la luz de la luna. Pero cuando alguien se cruzaba
inopinadamente, el fantasma se esquivaba, cubriéndose el rostro. La gente de la
casa, intrigada, trataron de esclarecer este enigma, y finalmente descubrieron
que tenía el rostro embadurnado de tinta.
(De Memorias de la choza Yue Wei, por Chi y un, dinastía Ching)
LO QUE ME CONTO TAl TUNG-YUAN
Esta es la historia que me contó mi amigo Tai Tung-yuan. Uno de sus tíos
abuelos había alquilado una casa en una calle desierta. La mansión, deshabitada
desde hacía mucho tiempo, era conocida como una casa embrujada.
- No tengo miedo - respondió rudamente el resuelto locatario a los que
fueron a advertirle esa desgraciada realidad.
Al caer la noche surgió de la luz vacilante un gigantesco fantasma. Un
frío glacial y siniestro llenó la habitación, penetrando hasta la médula de los
huesos.
- ¿Realmente no tienes miedo? - gruñó el coloso con tono amenazante.
- ¡No! - le respondió el arrendatario, quien de inmediato vio al monstruo
aplicado en mostrar sus gestos más espantosos, según su costumbre. Este duelo
singular duró un buen momento.
- ¿Verdad que ahora sientes algo de miedo? - preguntó otra vez el
monstruo.
- ¡Nada! - respondió su adversario.
- Pues bien: no me interesa tanto echarte de aquí - concedió el fantasma
con un tono menos rudo -. Lo que en realidad me exaspera es tu obstinada
fanfarronería.
Con sólo reconocer que tienes miedo, te dejaré tranquilo de inmediato.
- Si no tengo miedo, ¿por qué voy a mentir? Si te sientes enojado, no soy
yo quien te va a impedir que hagas lo que quieras.
Reiteró sus amenazas y sus súplicas, que fueron desoídas por igual por el
hombre inflexible. El monstruo, subyugado, lanzó un suspiro lamentable:
- Hace treinta años que vivo en esta casa - gimió el fantasma -. Jamás
tuve la desgracia de tropezar con un ser tan recalcitrante. Tu estupidez supera
lo aguantable. No seré yo quien pueda vivir con un vecino de tu especie.
Dicho eso, el monstruo desapareció como una humareda. Alguien dijo al tío
abuelo de mi amigo:
- La gente puede tener miedo de los fantasmas, y no debe avergonzarse de
ello. Si tú hubieses aceptado el requerimiento del aparecido, habrías provocado
un apaciguamiento provechoso para todos. Tu obstinación, causa de una rigidez
de posición de ambas partes, no es lo más apropiado para aportar cualquier
solución en el litigio.
- El hombre de un carácter moral realmente fuerte, debe saber vencer a
las potencias malditas por su sangre fría y el inconmovible dominio de sí
mismo. Pero éste no es mi caso, pues no gozo de esas virtudes. Fue mi cólera y
mi intransigencia que me permitieron imponerme a ese ser maléfico. Toda concesión
y todo compromiso hubiesen debilitado mi posición y rebajado mi moral, y el
monstruo hubiese sacado provecho de ello. Sus palabras pérfidas, sus amenazas y
sus súplicas, tenían precisamente el único fin de hacerme pronunciar esta sola
palabra: miedo. Felizmente no caí en la trampa. Las personas sensatas piensan
que á este razonamiento no le falta buen sentido.
(De Memorias de la choza Yue Wei, por Chi Yun, dinastía Ching)
LO QUE ME CANTO LI JUI-CHUAN
Las tres anécdotas siguientes me fueron contadas por mi amigo Li
Jui-chuan.
El maestro Yen, del cual el relator ha olvidado el nombre de pila,
estudiaba en plena noche, mucho tiempo después de la salida de todos sus
alumnos, pues se preparaba para rendir examen en el concurso provincial para el
mandarinato. El chiquillo que servía en la escuela, traía el té caliente para
el maestro cuando lanzó un grito de terror. Cayó rígido en el suelo, y la taza
de té se quebró en mil pedazos. Yen se sobresaltó: un fantasma desgreñado, los
ojos desorbitados, se elevaba rígidamente delante de la luz de la llama.
- Nuestro mundo no es el de los fantasmas - dijo el maestro con buen
humor -. Sólo hay ladrones astutos que se disfrazan así para asustar a sus
víctimas. Pero conmigo gastas inútilmente tu treta: nada tengo, a no ser mi manta
y mi almohada. Será mejor que vayas a otra parte.
El fantasma permaneció silencioso e inmóvil.
- ¡Ya me fastidia tu broma pesada! - exclamó Yen, exasperado. Con la
palmeta para castigar a los muchachos golpeó al fantasma, que se esfumó.
"¡Ah!" se dijo el maestro de escuela, sorprendido por esta
extraña desaparición. "¿Serán verdad esas historias de aparecidos?"
Reflexionó un instante y continuó hablando consigo mismo: "Sin embargo es
muy evidente: los cadáveres quedan en la tierra y el alma vuelve al cielo. El
mundo no puede tener aparecidos. Sin duda, lo que he visto ha sido simplemente
un zorro brujo". Después avivó la llama de la candela y reanudó la lectura
interrumpida hacía un momento.
Yen era un hombre íntegro. En todo caso el fantasma renunció a
atormentado. Es que la obstinación inflexible presta a la gente una especie de
valor capaz de vencer a los fenómenos fantásticos.
La segunda anécdota tiene por héroe a un joven letrado, que se paseaba
una noche en una terraza y de repente se encontró cara a cara con un fantasma.
- ¡Ven, que quiero hablarte! -llamó el joven a la aparición -. Sin duda
tú has sido un hombre igual a los otros. ¿Por qué una vez que pasas al otro mundo
olvidas todas las reglas del buen vivir? ¿De dónde viene que en plena noche te
metas subrepticiamente en nuestra casa, sin ningún respeto por la intimidad de
los dueños de casa?
El fantasma amonestado se eclipsó.
Semejante sangre fría impide que domine el miedo y conserva toda la
lucidez del espíritu, dejando al hombre invulnerable en presencia de
manifestaciones diabólicas.
La tercera historia concierne al venerable señor Shen Feng-kung,
diplomado en el concurso imperial en el mismo año que mi padre.
De vuelta de un viaje, en plena noche, el señor Shen fue sorprendido por una
tormenta. El camino inundado se desabarrancó, y el viajero nocturno no lograba
orientarse, pese a la ayuda de su sirviente. Llegaron a un mausoleo derruido
que tenía la fama de estar embrujado, y el venerable anciano le dijo a su
doméstico:
- Puesto que ningún ser humano se ve en este desierto, estamos obligados
a informamos de nuestro camino con los fantasmas.
Shen entró en el mausoleo, y recorriendo las galerías que contorneaban la
sala de ceremonias, llamó a gritos:
- ¡Hermanos aparecidos! ¿Pueden
informarme qué camino debo seguir en medio del diluvio?
Todo permaneció en silencio. Shen, irónico, mostró asombro:
- Los fantasmas estarán dormitando. A mí tampoco me va a caer mal un poco
de descanso.
Se instaló con su doméstico contra un pilar y durmieron hasta la llegada
del día.
Un hombre desprendido de todo prejuicio y dueño de sí mismo no se
conducirá de otro modo al afrontar las supersticiones.
(De Memorias de la choza Yue Wei, por Chi Yun, dinastía Ching)
EL HABITANTE DE CHINGJE
Un habitante de Chingje[XXVIII]
volvía de la ciudad. Ya era noche oscura. Montado en su asno, atravesó campos
desiertos y se perdió en un terreno erizado de tumbas. El tiempo perdido y el
camino recorrido fastidiaron profundamente al viajero nocturno.
De repente alguien lo llamó detrás de él. El hombre apuró su montura sin
responder. Pero el otro no cesaba de seguido con su insistente llamado.
Después, con insensible salto, el perseguidor se instaló en la grupa del asno,
y con sus manos heladas se prendió de la cintura del viajero. Este,
generalmente audaz, conservó su sangre fría, pese a la seguridad de que llevaba
a un fantasma en su misma cabalgadura. Cuidando de no mostrar ninguna emoción,
desprendió disimuladamente su cinturón, y con él, veloz, aferró al intruso en
la montura. El prisionero imploró con voz lastimera que lo liberase. Pero el
hombre no se dejó convencer. Obligó a trotar al asno a un paso bien rápido y no
tardó en llegar a la casa.
- ¡Termino de capturar a un fantasma! - gritó con voz estentórea.
La gente de casa, a la luz de las antorchas, corrió a su llamada. El
hombre deshizo la atadura y desmontó la carga. En vez del fantasma que quería
examinar a su gusto, sólo encontró un podrido madero de ataúd.
(De Notas tomadas en las conversaciones nocturnas, por Je Pange, dinastía
Ching)
EL BACHILLER PAN
El bachiller Pan, nativo de Juchou, antes de su éxito en el concurso
imperial vivía en la mayor pobreza. En la noche, obligado a estudiar sin luz,
sólo podía recitar capítulos enteros de obras clásicas aprendidas de memoria.
Esto lo hizo muchas veces hasta horas avanzadas.
En el transcurso de un invierno de excepcional rigor, sonaba el toque de
medianoche cuando atrajo Su atención un ruido casi imperceptible, del otro lado
de la ventana. Se levantó sin hacer ruido, se puso en acecho, y a favor de la
débil luz de la luna creciente vio a un hombre greñudo, la barba al viento, el
rostro negro como el tirano Chu, según se lo representa en el teatro.
El bachiller retuvo su respiración y vigiló el menor movimiento de ese
ser fantástico. Este retiró de su bolsillo un instrumento parecido a una tijera
y practicó una perforación cuadrada en la ventana. El bachiller, adivinando su
intención de introducir allí la mano, metió la suya en una vasija de agua
helada que se encontraba justamente al lado de su escritorio.
Una vez hecho el agujero, el hombre que se encontraba en el patio
introdujo efectivamente por allí su mano, que el bachiller agarró con todas sus
fuerzas. El otro se debatió desesperadamente durante algunos instantes. Después
quedó inmóvil, rígido. Su mano se enfriaba poco a poco. Cuando el bachiller,
inquieto, soltó su presa, el hombre cayó pesadamente sobre las lozas. El
bachiller, dominado por la angustia, empujó la puerta y saltó al patio. Al pie
de la escalinata no encontró otra cosa que un cadáver ya rígido. El asesino
involuntario, deprimido, esperó la luz del día y fue a denunciarse en la
alcaldía. El alcalde envió de inmediato a su mandarín, quien comprobó la
muerte. Después de tomar declaraciones al bachiller, le dijo sonriente:
- El ladrón disfrazado de fantasma para aterrorizar a su víctima, ha
sucumbido él mismo de terror. Tiene razón el dicho: Quien siembra viento recoge
tempestades. Usted no tuvo intención de matar, no hizo sino devolver con la misma
moneda. No hay en su conducta nada condenable.
El mandarín ordenó que se sepultase al muerto y partió.
(De Cuentos para enterrar las penas, por
CHEN TSAI-JENG
El venerable maestro Chen Tsai-jeng, mi paisano, era un sexagenario
espiritual y afable. Una noche, mientras atravesaba solo un campo desierto, vio
a dos hombres que marchaban en la misma dirección con un farol en la mano.
Apuró el paso y pidió fuego para encender su pipa. Pero ésta tardó mucho tiempo
en prender con ese fuego.
- ¿Su muerte no data, pues, de más de siete días? - se sorprendió uno de
los viajeros.
- Aún no - respondió el maestro Chen, que se esforzó en disimular la
sorpresa que le provocaron esas palabras absurdas.
- ¡Ah! ¡Esa es la razón! - exclamó el otro, satisfecho de su sabiduría -.
El soplo del mundo de los vivientes aún no ha salido enteramente de su pecho, y
por eso el fuego de los muertos no llega a encender su pipa.
Sabiendo entonces de qué se trataba, el viviente simuló curiosidad y preguntó:
- ¿Es verdad lo que se cuenta de que los hombres temen a los aparecidos?
- No es cierto. En realidad son los fantasmas quienes tienen miedo a los
vivientes.
- ¿y qué debemos temer de los vivientes?
- Que nos escupan encima.
Al escuchar estas palabras, el anciano infló su pecho de aire y escupió
sobre los dos fantasmas, que retrocedieron tres pasos.
- ¿Usted no está muerto? - se indignaron los dos fantasmas, los ojos
desorbitados.
Chen rió al responder:
- Pues bien, para no mentir debo decides que soy un viviente que no
tardaré en juntarme con vosotros.
Y sin otra explicación escupió sobre esos dos compinches.
Al primer salivazo se encogieron a la mitad, y con el segundo se
disiparon como una humareda.
(De Siete escritos de la jarra de oro, por Juang Chün-tsai, dinastía
Ching)
[I] Obras Escogidas de Mao Tsetung, t.
IV, pag 99.
[II] Obras Escogidas de Mao Tsetung, t.
IV, pag 255.
[III] Obras Escogidas de Mao Tsetung, t.
IV, pag 185-186
[IV] Obras Escogidas de Mao Tsetung, t. IV, pag 96-97, nota al título.
[V] Un li equivale a medio kilómetro.
[VI] Un noble rico de la dinastía Tsin. El autor del cuento se vale de este nombre para probar la autenticidad de la historia.
[VII] Alrededor de dos siglos antes de
J.C., Siang Yu, el temido rival de Liu Pang (Fundador de la dinastía Jan), fue
vencido después de varios años de lucha encarnizada.
[VIII] 618-629. bajo el emperador Kao
Tsou de la dinastía Tang.
[IX] 806-820, bajo el emperador Sien
Tsung de la dinastía Tang
[X] Un hombre valiente" de carácter violento, de la dinastía Tsin. Los habitantes de la región se encontraban hostiljzados por un tigre y una gran serpiente, y llamaban "Tres Males" a esos animales y a Chau Chu. Al saberlo mató al tigre y a la serpiente y él mismo se corrigió.
[XI] 1827-835 bajo el emperador Wen Tsung
de la dinastía Tang.
[XII] 766-779, bajo el emperador Tai
Tsing de la dinastía Tang
[XIII] Las murallas chinas tenian en sus puertas tambores tuyos toques indicaban la hora.
[XIV] 988-989, bajo el emperador Tai
Tsung de la dinastía Sung.
[XV] Las almohadas clásicas chinas son
de porcelana.
[XVI] 1156- 1161, bajo el rey Jai Ling de la dinastía Chin.
[XVII] Tai, hijo menor de Su Tung-po.
[XVIII] 1628-1643, bajo el último
emperador de la dinastía Ming.
[XIX] Ju, fonéticamente, en chino,
significa también zorro. De acuerdo a antigua superstición, los zorros podían
metamorfosearse en hombres.
[XX] Según las leyendas, el emperador
Yu tuvo por esposa un hada-zorra que lo ayudó a canalizar los principales ríos
y canales de China, perpetuamente asolada por las inundaciones antes de esos
gigantescos trabajos de contención.
[XXI] El reinado del emperador Kang sí
se extendió de 1662-1721.
[XXII] Los sables fabricados bajo la
dinastía Sung llevan esta inscripción.
[XXIII] 1774, bajo la dinastía Ching.
[XXIV] 1733, bajo la dinastía Ching.
[XXV] Conforme una vieja superstición, los demonios temían a las ramas del duraznero, con las que eran exorcizados.
[XXVI] Alusión a una historia contada por
Pei Chi (Dinastía Tsin) con el tema de Chi Kang, hombre de letras del reino
Wei, en la época de los Tres Reinos (220-280).
[XXVII] Los Anales de Lü Pu-wei cuentan
que un hombre, aquejado de extraña enfermedad, desprendía un olor
particularmente pestilente. No pudiendo vivir más con los suyos, que no podían
disimular la repugnancia que provocaba, y debían mantenerse lejos, fue a vivir
en la costa del mar, donde otro hombre, al que le gustaba ese olor, lo acompañó
día y noche.
[XXVIII] Pueblo situado no lejos de Pekín.
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