Tener sentido del humor no significa estar continuamente haciendo gracias o contando chistes. Consiste en tener una actitud lúdica y positiva que ayuda a relativizar los problemas y a verlos con cierta distancia.
El humor no resulta aceptable si se hace a costa de otros. Se necesita tener claro que no se trata de reírse de los demás sino con ellos. Por tanto, sobran las burlas, la ironía y algunos programas de “humor” en la televisión.
Al buen humor se le atribuyen muchos beneficios, por ejemplo: colabora en la producción de endorfinas, que aportan bienestar y alegría; baja el nivel de tensión; ayuda a no tener úlceras de estómago; contribuye a que afloren las partes más brillantes de las personas; y resulta un buen aliado para el aprendizaje. Sin embargo, y a pesar de los beneficios que aporta, no se le tiene muy en cuenta ni en la familia ni en la escuela.
Durante los primeros años de vida de los niños, los padres participan en sus juegos, les hacen “gracias” para que se rían y ríen con ellos. A los niños les gusta jugar; llenan la casa de alegría contagiosa; se divierten, tienen esperanza y buscan estar bien. Sin embargo, a medida que van creciendo, parece que a los padres les pesa la responsabilidad de educar, se van poniendo más serios y comienzan las exigencias, las críticas y los enfados.
Los niños aprenden muchas cosas por imitación, por observación y por contagio. Por tanto, y sin darse cuenta, asumen bastantes de las formas que tienen sus padres de comportarse y de entender la vida.
Como el sentido del humor y la risa resultan importantes para estar mejor y no irse al drama, los padres y las madres precisan trabajarlos para que estén presentes en las relaciones cotidianas con sus hijos.
En consecuencia, necesitan activar su vertiente lúdica y tener actuaciones humorísticas con los hijos. Les conviene rescatar las guerras de cosquillas y de cojines; jugar con los niños al escondite y a otros juegos; contarles anécdotas graciosas o cosas que hacían de pequeños; cultivar la sorpresa; leer libros y ver películas de humor; potenciar los momentos en los que los niños estén contentos; y, también, va bien gastar bromas, hacer un poco el “payaso” o simular caídas o despistes, que tanto divierten a los niños.
Se trata de mostrar a los niños y a las niñas la alegría por vivir, que aprendan a gozar con lo que tienen y que vean, en definitiva, que a esta vida no hemos venido a sufrir sino a disfrutar.