En la educación tradicional dominicana, se buscaba que el niño y el joven fueran hombres o mujeres de trabajo, se buscaba en los hogares que siempre tuvieran haciendo algo, se les formaba para el trabajo, se les decía tantas veces que en la educación en mi casa me enseñaron que no debo ser haragán; la haraganería era considerada en toda la mentalidad de los dominicanos como un antivalor; el trabajo, siempre fue apreciado como un medio para poder avanzar en la vida; el niño o el joven haragán era corregido severamente para que no fuera de esa manera.
La haraganería es dañina para las personas humanas y cuando el haragán llega a ocupar un puesto público, todavía hace mucho más daño, porque un haragán administrando la Nación, es una persona que no se va a ocupar de hacer lo que la Nación necesita. En mi casa me enseñaron que no debo ser haragán y ese sentido del trabajo, ese valor de no detenerse ante las dificultades de la vida, ese saber empujar la vida, hace que una persona pueda ser honrada y valiosa. Por eso, frente al haragán, hay que proclamar tantas veces: el valor del trabajo, y para lograrlo, hay que educarse para ello.
Hasta mañana, si Dios,
usted y yo lo queremos.