Eran las nueve de la mañana de un helador sábado 2 de enero de 1988 cuando Isabel Preysler y Miguel Boyer se casaban en los juzgados de la calle Pradillo. Por deseo expreso del novio, la boda se celebró en la más absoluta intimidad. No hubo familia, ni íntimos y el juez encargado de legalizar la unión se enteró dos días antes. Sólo estuvieron presentes dos testigos, José María Amusátegui, viejo amigo de Boyer de los tiempos en que ambos trabajaban en el INI (Instituto Nacional de Industria), y Margarita Vega-Penichet, casada con el empresario Manuel Guasch y confidente absoluta de Preysler.
Los hijos que Isabel tuvo con Julio Iglesias y Tamara, producto de su relación posterior con el marqués de Griñón, se enteraron de la noticia cuando el matrimonio volvió a casa. Lo festejaron con un desayuno y Boyer se lo comunicó a sus dos hijos –Laura y Miguel, fruto de su anterior matrimonio con Elena Arnedo– con una llamada de teléfono. “Me he casado con Isabel”, les dijo. A partir de ese momento, la noticia se convirtió en el tema del día y la calle del Arga, número 1, donde vivía la pareja desde que Preysler se separó de Carlos Falcó, se convirtió en un desfile de ramos, centros de flores y regalos que no cabían en la vivienda.
Por fin se consolidaba la historia de amor que comenzó en enero de 1982, cuando en los círculos de poder aparecieron los primeros rumores sobre esa relación tan desigual entre la reina de la frivolidad y el hombre superdotado. Había un factor determinante para que el romance se mantuviera en secreto: ambos estaban casados y se les suponía felices con sus respectivos cónyuges. Él con la doctora Arnedo y ella con el marqués de Griñón, su segundo marido y padre de Tamara, que había nacido el 20 de noviembre 1981.
Los falsos cursos de cocina en París
En diciembre del año siguiente, Boyer –quien fallecía este lunes de un tromboembolismo pulmonar– se convertía en flamante y poderoso ministro de Economía y Hacienda del Gobierno socialista de Felipe González. Isabel continuaba con su vida, aunque cada vez eran más habituales sus escapadas. Se marchó a París para realizar un curso de cocina que ni su propio marido entendía. Tenían cocinera y a Isabel comer nunca le ha interesado demasiado. En la ciudad del amor se encontró con el “señor García”, nombre de batalla que utilizaba el ministro como tapadera.
Por entonces, ya era un secreto a voces la relación entre el político socialista y la bella filipina. Compañeros de partido hacían chistes con la historia de amor. “Miguel ha perdido la cabeza por la china”, decían entre bromas. Un culebrón erótico-político que los enemigos de Boyer no dudaron en utilizar en su contra. Lanzaban dardos envenenados al “socialista caviar”, como así lo definían. Incluso, en una conferencia en el Club Siglo XXI, un colega de partido llegó a decir en plan críptico “que se podía traicionar una causa por una bella oriental”. Hubo más, una portada de la revista Tiempo, que dirigía Julián Lago, donde con el fondo de una foto de la pareja besándose (su amor era aún clandestino) se tituló: “A Boyer le tocó la china”.
Alfonso Guerra se frotaba las manos con estos comentarios porque la política económica de Boyer era contraria –según él– a los postulados socialistas. Boyer tuvo su punto prepotente cuando amenazó a Tiempo con retirar la publicidad institucional si se continuaba con la historia. Guerra ganó finalmente la batalla y su ‘enemigo’ dimitía en 1985. Salvo su paso por FAES muchos años después, no quiso saber nada de ese mundo despiadado que le hizo la vida imposible cuando “mi único delito ha sido enamorarme de la mujer de mi vida”, llegó a asegurar.
"Villa Meona", la casa de la polémica
Uno de los peores momentos de la pareja tuvo que ver con la construcción de su vivienda en el madrileño barrio de Puerta de Hierro. Se convirtió en un tema polémico dadas las características del inmueble, al que el periodista Alfonso Ussía bautizó como “Villa Meona”, porque contaba con más de 10 cuartos de baño. Para Alfonso Guerra la casa fue la excusa perfecta para arremeter sin piedad contra el que había sido su colega en el Consejo de Ministros. Guerra ironizaba, sobre todo, sobre la calidad de vida de las mascotas de la familia, ya que la caseta del perro tenía calefacción incorporada.
Isabel y Miguel podrían no haberse conocido nunca porque sus mundos eran totalmente opuestos. El destino tenía, sin embargo, nombre de mujer: Mona Jiménez. Mona y sus “lentejas”. El menú era sólo una excusa para reunir en su casa a las fuerzas vivas del mundo político y económico. En uno de estos almuerzos apareció Isabel Preysler y desde ese momento la fascinación de ambos fue recíproca. Tuvieron muchos escollos que superar, pero lo consiguieron y fueron una pareja feliz hasta que Miguel sufrió el derrame cerebral, el 27 de febrero de 2012. A partir de ese momento, la vida ya no fue igual. Pero lo cierto es que, aunque nunca se casaron por la iglesia, la pareja se ha mantenido unida hasta la muerte.